Page 211 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Garfield, porque no volví a ver jamás a aquel extraño indio, pero durante la
noche no dejé de oír un extraño gemido que no era como el que hacen los
hombres moribundos, y un búho ululó desde la medianoche hasta el
amanecer.
»Y al alba, Jim Garfield salió caminando del mestal, pálido y ojeroso,
pero vivo, y la herida de su pecho ya se había cerrado y había empezado a
curarse.
Desde entonces jamás ha mencionado aquella herida, ni aquel combate, ni
al extraño indio que vino y se fue tan misteriosamente. Y no ha envejecido ni
pizca; ahora tiene el mismo aspecto que tenía entonces, el de un hombre de
unos cincuenta años.
En el silencio que siguió, un coche empezó a runrunear en la carretera, y
flechas gemelas de luz cortaron el ocaso.
—Es Doc Blaine —dije—. Cuando vuelva, te diré cómo está Garfield.
Doc Blaine no tardó en dar su diagnóstico mientras recorríamos las tres
millas de colinas cubiertas de robles que separaban Lost Nov de la granja
Garfield.
—Me sorprendería encontrarle vivo —dijo—, con lo destrozado que está.
Un hombre de su edad debería tener el sentido común de no intentar domar un
caballo joven.
—No parece tan viejo —señalé.
—Yo cumpliré cincuenta en mi próximo cumpleaños —contestó Doc
Blaine—. Le he conocido toda mi vida, y debía de tener por lo menos
cincuenta años la primera vez que le vi. Su aspecto es engañoso.
La morada del viejo Garfield evocaba el pasado. Los tablones de la casa
achatada nunca habían conocido la pintura. Tanto la valla del huerto como los
corrales estaban construidos con raíles.
El viejo Jim estaba echado en su tosca cama, atendido burda pero
eficientemente por el hombre que Doc Blaine había contratado a pesar de las
protestas del viejo. Al mirarle, me impresionó de nuevo su evidente vitalidad.
Su cuerpo estaba encorvado, pero no marchito, sus brazos estaban
redondeados con músculos elásticos. En su cuello nudoso y su rostro, a pesar
de que estaban marcados por el sufrimiento, se reflejaba una virilidad innata.
Sus ojos, aunque en parte vidriados por el dolor, ardían con el mismo
elemento inextinguible.
—Ha estado desvariando —dijo Joe Braxton impasible.
—El primer hombre blanco de esta región —murmuró el viejo Jim,
volviéndose inteligible—. Colinas en las que ningún blanco había puesto el
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