Page 210 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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—Nunca me habías contado eso —dije con cierta sorpresa.
—Sabía que lo achacarías a los desvaríos de un viejo —contestó—. El
viejo Jim fue el primer blanco que se estableció en esta región. Construyó su
cabaña a unas cincuenta millas de la frontera. Dios sabe cómo lo hizo, pues
esas colinas estaban llenas de comanches por entonces.
—Recuerdo la primera vez que le vi. Por entonces todo el mundo ya le
llamaba «viejo Jim».
—Lo recuerdo contándome las mismas historias que te ha contado. Cómo
estuvo en la batalla de San Jacinto cuando era joven, y cómo había cabalgado
con Ewen Cameron y Jack Hayes. Sólo que yo le creo, y tú no.
—Eso fue hace tanto… —protesté.
—El último ataque indio en esta región fue en 1874 —dijo mi abuelo,
absorto en sus propios recuerdos—. Yo estuve en aquel combate, y también el
viejo Jim. Le vi derribar de su caballo a Cola Amarilla desde seiscientos
metros con un rifle de cazar búfalos.
»Pero antes de eso estuve con él en un combate cerca del nacimiento de
Locust Creek. Una banda de comanches bajó de Mesquital, saqueando y
quemándolo todo, atravesaron las colinas y empezaron a subir por Locust
Creek, y uno de nuestros exploradores les iba pisando los talones. Nos
encontramos con ellos en un mestal, al anochecer. Matamos a siete, y el resto
escapó a pie entre los arbustos. Pero murieron tres de nuestros chicos, y Jim
Garfield recibió una herida de lanza en el pecho.
»Era una herida terrible. Se quedó tumbado como si estuviera muerto, y
parecía claro que nadie podía vivir después de recibir una herida como esa.
Pero salió un viejo indio de entre la maleza, y cuando le apuntamos con las
pistolas, hizo la señal de la paz y nos habló en español. No sé por qué los
chicos no le dispararon en el acto, porque teníamos la sangre caliente por la
batalla y la matanza, pero había algo en él que nos hizo contener el fuego.
Dijo que no era comanche, sino que era un viejo amigo de Garfield, y que
quería ayudarle. Nos pidió que llevásemos a Jim a un macizo de mestos, y
que le dejáramos a solas con él, y hasta el día de hoy no sé por qué lo
hicimos, pero lo hicimos. Fue un rato espantoso, el herido gemía y pedía
agua, los cadáveres con los ojos abiertos estaban desperdigados por el
campamento, la noche se aproximaba, y no había forma de saber si los indios
regresarían cuando cayera la noche.
»Establecimos el campamento allí mismo, porque los caballos estaban
rendidos, y montamos guardia toda la noche, pero los comanches no
volvieron. No sé lo que pasó en los mestos donde estaba el cuerpo de Jim
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