Page 212 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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pie antes. Demasiado viejo. Tenía que establecerme. No podía seguir
moviéndome como solía. Establecerme aquí. Buena región antes de que se
llenara de indios crow y de colonos. Ojalá Ewen Cameron pudiera ver esta
región. Los mexicanos lo mataron. ¡Malditos sean!
Doc Blaine movió la cabeza.
—Está destrozado por dentro. No vivirá para ver el amanecer.
Garfield levantó la cabeza inesperadamente y nos miró con ojos claros.
—Se equivoca, Doc —siseó, su aliento silbando con dolor—. Viviré.
¿Qué son huesos rotos y tripas deshechas? ¡Nada! Es el corazón lo que
importa. Mientras el corazón siga latiendo, un hombre no puede morir. Mi
corazón es sólido. ¡Escúchelo! ¡Siéntalo!
Buscó penosamente a tientas la muñeca de Doc Blaine, arrastró su mano
hasta su pecho y la sujetó allí, mirando el rostro del médico con ávida
intensidad.
—Una auténtica dinamo, ¿verdad? —boqueó—. ¡Más fuerte que un motor
de gasolina!
Blaine me llamó.
—Pon aquí la mano —dijo, colocando mi mano sobre el pecho desnudo
del viejo—. Tiene una actividad extraordinaria en el corazón.
A la luz de la lámpara de aceite, observé una enorme y lívida cicatriz
como la que pudiera haber producido una lanza con punta de pedernal. Puse
la mano directamente sobre dicha cicatriz, y una exclamación escapó de mis
labios.
Bajo mi mano latía el corazón del viejo Jim Garfield, pero su latido no se
parecía al de ningún otro corazón que yo haya conocido jamás. Su potencia
era impresionante; sus costillas vibraban con su latido firme. Parecía más la
vibración de una dinamo que el funcionamiento de un órgano humano. Podía
sentir su asombrosa vitalidad irradiando de su pecho, deslizándose por mi
mano y subiendo por mi brazo, hasta que mi propio corazón pareció
acelerarse en respuesta.
—No puedo morir —boqueó el viejo Jim—. No mientras mi corazón siga
dentro de mi pecho. Sólo una bala que me atravesara el cerebro podría
matarme. Y ni siquiera entonces estaría bien muerto, mientras mi corazón
siguiera latiendo dentro de mi pecho. Pero tampoco es exactamente mío.
Pertenece al Hombre Espíritu, el jefe de los lipanos. Era el corazón de un dios
de los lipanos, adorado antes de que los comanches los echaran de sus colinas
nativas.
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