Page 217 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Le dejé allí tumbado y volví a la casa. Doc Blaine había estirado al viejo

               Garfield sobre un banco que había arrastrado desde el porche, y nunca había
               visto tan blanca la cara de Doc. El viejo Jim ofrecía una imagen espeluznante;
               le habían disparado con un antiguo 45-70, y a esa distancia la pesada bala le
               había  volado  literalmente  la  tapa  de  los  sesos.  Su  cara  estaba  cubierta  de

               sangre  y  sesos.  Había  estado  directamente  detrás  de  mí,  el  pobre  diablo,  y
               había recibido el proyectil que iba dirigido a mí.
                    Doc Blaine estaba temblando, aunque no era la primera vez que veía algo
               así.

                    —¿Tú le declararías muerto? —preguntó.
                    —Eso  es  usted  quien  tiene  que  decirlo  —contesté—.  Pero  incluso  un
               idiota diría que está muerto.
                    —Está muerto —dijo Doc Blaine con voz tensa y antinatural—. El rigor

               mortis ya le está afectando. Pero ¡siente su corazón!
                    Lo hice, y di un grito. La carne ya estaba fría y húmeda; pero por debajo,
               aquel corazón misterioso seguía martilleando firmemente, como una dinamo
               en  una  casa  abandonada.  La  sangre  no  recorría  las  venas;  pero  el  corazón

               latía, latía, latía, como el pulso de la Eternidad.
                    —Una cosa viva dentro de una cosa muerta —susurró Doc Blaine, con
               sudor  frío  en  la  cara—.  Esto  va  contra  la  naturaleza.  Voy  a  mantener  la
               promesa  que  le  hice.  Asumiré  toda  la  responsabilidad.  Esto  es  demasiado

               monstruoso para ignorarlo.
                    Nuestras herramientas fueron un cuchillo de carnicero y una sierra para
               metales. Fuera, sólo las estrellas inmóviles contemplaban las negras sombras
               de  los  robles  y  el  hombre  muerto  que  yacía  en  el  huerto.  Dentro,  la  vieja

               lámpara oscilaba haciendo que sombras extrañas se movieran y temblaran y
               reptasen  por  los  rincones,  y  brillara  sobre  la  sangre  del  suelo  y  la  figura
               enrojecida  del  banco.  El  único  sonido  de  dentro  era  el  crujido  de  la  sierra
               sobre el hueso; fuera, un búho empezó a ulular de forma extraña.

                    Doc Blaine metió una mano enrojecida en la abertura que había hecho, y
               sacó un objeto rojo y palpitante que quedó expuesto bajo la luz de la lámpara.
               Con un grito ahogado retrocedió, y la cosa se escurrió de entre sus dedos y
               cayó sobre la mesa. Yo también grité involuntariamente. Pues no cayó con un

               ruido sordo, como debería haber caído un pedazo de carne, sino que dio un
               fuerte golpazo sobre la mesa.
                    Impelido por un ansia irresistible, me incliné y cautelosamente recogí el
               corazón del viejo Garfield. Tenía un tacto liso, inflexible, como el acero o la

               piedra, pero más suave que ambos. En forma y tamaño era el duplicado de un




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