Page 222 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Pero  mis  recuerdos  de  Nordheim  eran  escasos  y  débiles,  empalidecidos

               por recuerdos de aquel larguísimo viaje en el que había transcurrido mi vida.
               No  habíamos  seguido  un  rumbo  fijo,  sino  que  habíamos  avanzado  siempre
               hacia el sur. A veces nos habíamos detenido un tiempo en valles fértiles o en
               ricas  llanuras  atravesadas  por  ríos,  pero  siempre  volvíamos  a  retomar  la

               senda,  y  no  siempre  debido  a  la  sequía  o  el  hambre.  A  menudo
               abandonábamos regiones rebosantes de caza y grano silvestre para internarnos
               en  desiertos.  En  nuestro  caminar  avanzábamos  incesantemente,  impulsados
               sólo  por  nuestra  inquietud  caprichosa,  pero  siguiendo  ciegamente  una  ley

               cósmica,  cuyo  funcionamiento  nunca  comprendimos,  como  no  puede
               comprender el ganso silvestre por qué vuela alrededor del mundo. Hasta que
               por fin llegamos al País del Gusano.
                    Iniciaré el relato en la época en que llegamos a las colinas cubiertas de

               bosques, apestando a podredumbre y bulliciosas con la vida nueva, donde los
               tambores  de  un  pueblo  salvaje  retumbaban  incesantemente  durante  toda  la
               noche cálida y jadeante. Aquella gente salió a nuestro paso, hombres bajos y
               de  constitución  fuerte,  de  pelo  negro,  pintados,  feroces,  pero

               indiscutiblemente blancos. Conocíamos su estirpe de antaño. Eran pictos, y de
               todas las razas extranjeras eran la más feroz. Habíamos conocido a su especie
               antes, en bosques frondosos, y en valles altos junto a lagos montañosos. Pero
               habían pasado muchas lunas desde aquellos encuentros.

                    Creo que aquella tribu en particular representaba la rama más oriental de
               la raza. Eran los más primitivos y feroces que yo hubiera visto. Ya exhibían
               apuntes de características que he observado entre los negros salvajes en los
               países  selváticos,  aunque  sólo  habían  habitado  en  este  entorno  durante

               algunas generaciones. La jungla abismal los devoraba, estaba aniquilando sus
               características  esenciales  y  dándoles  forma  nueva  en  su  propio  y  horrible
               molde. Estaban derivando hacia la caza de cabelleras, y el canibalismo apenas
               estaba a un paso de distancia, que creo que debieron dar antes de extinguirse.

               Estas cosas son añadidos naturales de la jungla; los pictos no las aprendieron
               de los pueblos negros, pues entonces no había negros en aquellas colinas. En
               años  posteriores  sí  subieron  desde  el  sur,  y  los  pictos  primero  los
               esclavizaron, y luego fueron absorbidos por ellos. Pero mi saga de Niord no

               tiene que ver con eso.
                    Llegamos a aquel brutal país montañoso, con sus vociferantes abismos de
               salvajismo y de negro primitivismo. Éramos una tribu entera marchando a pie,
               los viejos lobunos con sus largas barbas y sus miembros enjutos, los guerreros

               gigantescos en su esplendor, los niños desnudos correteando alrededor de la




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