Page 225 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
P. 225

un escudo forrado de piel. Yo tenía una cachiporra con la cabeza nudosa. Fue

               una pelea tal que sació incluso mi alma ansiosa de combate. Yo ya sangraba
               por  una  docena  de  heridas  superficiales  antes  de  que  uno  de  mis  terribles
               golpes aplastara su escudo como si fuera de cartón, y un instante después mi
               cachiporra rebotó contra su cabeza desprotegida. ¡Ymir! Incluso ahora me río

               y  me  maravillo  por  la  dureza  del  cráneo  de  aquel  picto.  ¡Los  hombres  de
               aquella época estaban hechos de una madera muy fuerte! Ese golpe debería
               haber  derramado  sus  sesos  como  si  fueran  agua.  Al  menos  abrió
               espantosamente su cabellera, dejándole inconsciente sobre el suelo, donde yo

               le abandoné, suponiendo que estaba muerto, mientras me unía a la matanza de
               los guerreros en fuga.
                    Cuando regresé, apestando a sudor y sangre, mi porra repugnantemente
               cubierta de sangre y sesos, observé que mi adversario estaba recuperando la

               conciencia,  y  que  una  muchacha  desnuda  de  cabellera  desordenada  se
               preparaba  para  administrarle  el  golpe  de  gracia  con  una  piedra  que  apenas
               podía  levantar.  Un  capricho  indefinido  me  hizo  detener  el  golpe.  Había
               disfrutado de la pelea, y admiraba la cualidad resistente de su cráneo.

                    Instalamos  el  campamento  a  escasa  distancia,  quemamos  a  nuestros
               muertos en una gran pira, y después de saquear los cadáveres del enemigo, los
               arrastramos por la  meseta y  los arrojamos  a un  valle para  que sirvieran de
               festín  a  las  hienas,  los  chacales  y  los  buitres  que  ya  se  estaban  reuniendo.

               Aquella  noche  mantuvimos  una  guardia  alerta,  pero  no  fuimos  atacados,
               aunque muy lejos, en la jungla, pudimos distinguir el rojo resplandor de los
               fuegos, y pudimos oír débilmente, cuando el viento cambiaba, el latido de los
               tambores, y gritos y chillidos demoníacos, ya fueran lamentos por los muertos

               o simples berridos animales de furia.
                    Tampoco  nos  atacaron  en  los  días  siguientes.  Vendamos  las  heridas  de
               nuestro cautivo, y pronto aprendimos su lengua primitiva, que, sin embargo,
               era  tan  distinta  de  la  nuestra  que  no  puedo  concebir  que  los  dos  idiomas

               tuvieran alguna vez una fuente común.
                    Su  nombre  era  Grom,  y  se  jactaba  de  ser  un  gran  cazador  y  luchador.
               Hablaba libremente y no guardaba rencor, ofreciéndonos una amplia sonrisa
               que  mostraba  dientes  parecidos  a  colmillos,  mientras  sus  pequeños  ojos

               brillaban  bajo  la  enmarañada  cabellera  negra  que  caía  sobre  su  estrecha
               frente. Sus extremidades eran de un grosor casi simiesco.
                    Estaba muy interesado en sus captores, aunque nunca pudo entender por
               qué  le  habíamos  perdonado;  hasta  el  final  siguió  siendo  un  misterio

               inexplicable para él. Los pictos obedecían la ley de la supervivencia incluso




                                                      Página 225
   220   221   222   223   224   225   226   227   228   229   230