Page 228 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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época sanguinaria. A medida que sus músculos y su ferocidad crecieron, su
cerebro menguó hasta que por último se desvaneció el instinto de
supervivencia. La naturaleza, que mantiene el equilibrio en estas cosas, lo
destruyó porque, si sus extraordinarios poderes de combate se hubieran aliado
con un cerebro inteligente, habría destruido todas las demás formas de vida de
la tierra. Fue un accidente en el camino de la evolución, un desarrollo
orgánico descontrolado y dirigido a las fauces y las garras, la matanza y la
destrucción.
Maté al dientes de sable en una batalla que constituiría una saga por sí
misma, y durante meses permanecí delirante con espantosas heridas que
hicieron que los guerreros más duros movieran la cabeza. Los pictos dijeron
que nunca un hombre había matado a un dientes de sable con sus propias
manos. Pero me recuperé, para asombro de todos.
Mientras estaba a las puertas de la muerte, se produjo una secesión en la
tribu. Fue una secesión pacífica, de las que ocurrían continuamente y
contribuían en gran medida a que el mundo siguiera siendo habitado por
tribus de pelo rubio. Cuarenta y cinco de los hombres jóvenes tomaron pareja
simultáneamente y se marcharon para fundar su propio clan. No hubo revuelta
alguna; era una costumbre racial que daría fruto en todas las eras posteriores,
cuando las tribus surgidas de las mismas raíces se encontraban, después de
siglos de separación, y se cortaban la garganta unas a otras con alegre
abandono. La tendencia de los arios y los prearios fue siempre hacia la
desunión, con los clanes separándose del tronco principal y dispersándose.
De manera que estos jóvenes, liderados por un tal Bragi, mi hermano de
armas, tomaron a sus muchachas y aventurándose hacia el sudoeste instalaron
su morada en el Valle de las Piedras Rotas. Los pictos protestaron, aludiendo
vagamente a una muerte monstruosa que acechaba en el valle, pero los aesires
se rieron. Teníamos nuestros propios demonios y fantasías en los desiertos
helados del lejano norte azul, y los diablos de otras razas no nos
impresionaban demasiado.
Cuando regresaron todas mis fuerzas, y las sanguinolentas heridas no
fueron más que cicatrices, tomé mis armas y crucé la meseta para visitar el
clan de Bargi. Grom no me acompañó. Hacía varios días que no aparecía por
el campamento aesir. Pero yo conocía el camino. Recordaba bien el valle,
desde cuyos acantilados había contemplado la parte del extremo superior, y
cómo los árboles se espesaban en bosques en la parte más baja. Los lados del
valle eran acantilados altos y crudos, y una escarpada y ancha cordillera a
cada extremo lo separaba de la región circundante. Hacia el extremo más bajo
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