Page 229 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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o sudoccidental el fondo del valle estaba salpicado de columnas derruidas,
algunas de las cuales asomaban por encima de los árboles, mientras que otras
estaban caídas en montones de piedras cubiertas de liquen. Nadie sabía qué
raza las había levantado. Pero Grom había aludido siniestramente a una
monstruosidad simiesca y peluda que bailaba repugnantemente bajo la luna al
son de una flauta demoníaca que inducía al horror y la locura.
Crucé la meseta donde estaba instalado nuestro campamento, descendí la
pendiente, atravesé un valle suave cubierto por la vegetación, ascendí otra
pendiente, y desemboqué en las montañas. Medio día de cómodo viaje me
llevó hasta la cordillera al otro lado de la cual estaba el valle de las columnas.
Durante muchas millas no había visto rastro alguno de vida humana. Los
campamentos de los pictos estaban muchas millas al este. Coroné la cordillera
y miré hacia el valle de ensueño con su tranquilo lago azul, sus amenazadores
acantilados y sus columnas rotas asomando entre los árboles. Busqué humo.
No lo vi, pero vi buitres dando vueltas por el cielo sobre un agrupamiento de
tiendas a la orilla del lago.
Descendí la cordillera, cautelosamente, y me aproximé al campamento
silencioso. Allí me detuve, paralizado de horror. No era fácil conmoverme.
Había visto la muerte bajo muchas formas, y había escapado o tomado parte
en masacres rojas donde se derramaba la sangre como si fuera agua y se
cubría la tierra de cadáveres. Pero aquí me veía enfrentado a una devastación
orgánica que me horrorizó y me hizo tambalearme. Del clan embrionario de
Bragi, no quedaba nadie vivo, y ningún cadáver estaba completo. Algunas de
las tiendas de piel seguían levantadas. Otras habían sido derribadas y
aplastadas, como si las hubiera arrasado algún peso monstruoso, de manera
que al principio me pregunté si el campamento no habría sido pisoteado por
una manada de elefantes. Pero ningún elefante habría provocado una
destrucción semejante a la que vi desplegada sobre el suelo ensangrentado. El
campamento estaba en ruinas, salpicado de pedazos de carne y fragmentos de
cuerpos: manos, pies, cabezas, pedazos de escombros humanos. Las armas
estaban desperdigadas, algunas de ellas manchadas de un limo verdoso como
el que brota de una oruga aplastada.
Ningún enemigo humano podría haber provocado esta espantosa
atrocidad. Miré el lago, preguntándome si monstruos anfibios sin nombre se
habrían arrastrado desde las tranquilas aguas cuyo azul oscuro revelaba
profundidades insondables. Entonces vi una huella dejada por el destructor.
Era un rastro como el que pudiera dejar un gusano titánico, de varios metros
de ancho, que haciendo eses llegaba hasta el valle. La hierba había quedado
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