Page 234 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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tronco apoyado precariamente sobre el poste, para lo cual le até una larga
parra, tan gruesa como mi muñeca.
Después seguí avanzando a través de aquella selva del crepúsculo
primordial hasta que un abrumador olor fétido asaltó mis narices, y entre la
tupida vegetación que tenía delante, Satha asomó su repugnante cabeza,
balanceándola mortíferamente de lado a lado, mientras su lengua con forma
de tenedor entraba y salía de la boca, y sus grandes y terribles ojos amarillos
me abrasaban gélidamente con toda la maligna sabiduría del negro mundo de
los antiguos que existió antes del hombre. Retrocedí sin sentir miedo alguno,
sólo una sensación de frialdad en la espina dorsal, y Satha me persiguió
sinuosamente, con su resplandeciente fuste de veinticuatro metros
ondulándose sobre la vegetación putrefacta en hipnótico silencio. Su cabeza
con forma de cuña era más grande que la cabeza del caballo más grande, su
tronco era más grueso que el cuerpo de un hombre, y sus escamas
resplandecían con mil brillos cambiantes. Yo era para Satha como un ratón
para una cobra real, pero tenía colmillos que ningún ratón ha tenido jamás. A
pesar de lo rápido que era, sabía que no podría evitar el ataque
relampagueante de aquella enorme cabeza triangular; así que no me atreví a
dejar que se acercara demasiado. Huí sutilmente por la pista, y noté detrás de
mí el ímpetu del gran cuerpo flexible como una ráfaga de viento atravesando
la hierba.
No le llevaba mucha ventaja cuando corrí bajo el tronco caído, y mientras
su gigantesca y resplandeciente longitud se deslizaba bajo la trampa, agarré la
liana con ambas manos y tiré desesperadamente. Con un golpe, el gran tronco
cayó sobre el lomo escamoso de Satha, unos dos metros por detrás de su
cabeza con forma de cuña.
Había confiado en romperle el espinazo, pero creo que no lo conseguí,
pues el enorme cuerpo se retorció y tensó, y la poderosa cola se agitó en
latigazos, segando los arbustos como si fuera un flagelo gigante. En el
momento de la caída, la inmensa cabeza se había convulsionado y golpeó el
árbol con un impacto tremendo, las poderosas fauces trasquilando la maleza
como cimitarras. Por fin, como si fuera consciente de que combatía a un
enemigo inanimado, Satha se volvió hacia mí, irguiéndose en toda su
extensión. El cuello escamoso se contorsionó y arqueó, las poderosas fauces
se abrieron, revelando colmillos de treinta centímetros de longitud, de los
cuales goteaba un veneno que podría haber quemado la piedra sólida.
Creo que, debido a su fuerza formidable, Satha se habría escurrido de
debajo del tronco, de no haber sido por una rama rota que se había hundido
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