Page 232 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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levantaban contra todos los individuos, excepto aquellos que pertenecían a su
propio clan, el instinto tribal era más que la mera expresión que es hoy en día.
Formaba parte del hombre tanto como su corazón o su mano derecha. Era
algo necesario, pues sólo unida en grupos indisolubles podía la humanidad
sobrevivir en los escenarios terribles del mundo primitivo. Así que ahora el
dolor personal que sentía por Bragi y los jóvenes de miembros esbeltos y las
muchachas sonrientes de piel blanca quedó ahogado en un mar de dolor y
furia más hondos, que tenía profundidad e intensidad cósmicas. Permanecí
sentado con gesto hosco, mientras el picto se acuclillaba ansioso a mi lado, su
mirada yendo de mí a las amenazadoras profundidades del valle donde las
malditas columnas se cernían como los dientes rotos de brujas cloqueantes
entre las hojas ondulantes.
Yo, Niord, no era muy dado a usar mi cerebro en demasía. Vivía en un
mundo físico, y los viejos de la tribu ya pensaban por mí. Pero pertenecía a
una raza destinada a convertirse en la dominante tanto mental como
físicamente, de modo que no era un simple animal musculoso. Así que
mientras estaba allí sentado, un pensamiento, primero de forma débil y luego
más clara, llegó hasta mí y provocó que una breve risa feroz brotara de mis
labios.
Levantándome, ordené a Grom que me ayudase, y construimos una pira a
orillas del lago con madera seca, usando los postes de las tiendas y los
mangos rotos de las lanzas. Después recogimos los fragmentos
sanguinolentos que habían sido pedazos del grupo de Bragi, y los pusimos
sobre el montón, y le aplicamos pedernal y acero.
El triste y denso humo se arrastró hasta el cielo como una serpiente, y,
volviéndome hacia Grom, hice que me condujera hasta la selva donde
acechaba el horror escamoso, Satha, la gran serpiente. Grom me miró
boquiabierto; ni siquiera los mejores cazadores de los pictos perseguían a la
que se arrastra. Pero mi voluntad era como un viento que le barrió apartándole
de mi paso, y por último me abrió camino. Abandonamos el valle por el
extremo superior, cruzando la cordillera, rodeando los altos acantilados, y nos
sumergimos en la espesura del sur, que estaba poblado únicamente por los
sombríos habitantes de la jungla. Nos internamos en la profundidad de la
selva, hasta que llegamos a una extensión baja, oscura y húmeda cubierta de
árboles festoneados con enredaderas, donde nuestros pies se hundieron
profundamente en el sedimento esponjoso, alfombrado de vegetación podrida,
y donde una humedad pringosa rezumaba bajo el peso de las pisadas. Este, me
dijo Grom, era el reino dominado por Satha, la gran serpiente.
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