Page 230 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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allanada  por  donde  pasaba,  y  los  arbustos  y  los  árboles  pequeños  estaban

               aplastados y horriblemente manchados de sangre y limo verdoso.
                    Con  toda  la  furia  desencadenada  de  mi  alma  desenvainé  la  espada  y
               empecé a seguir el rastro, cuando una voz me llamó. Me volví para ver una
               figura rechoncha aproximándose a mí desde la cordillera. Era Grom el picto,

               y cuando pienso en el valor que debió de necesitar para sobreponerse a todos
               los  instintos  adquiridos  a  través  de  las  enseñanzas  de  la  tradición  y  la
               experiencia personal, comprendo la auténtica profundidad de la amistad que
               le unía a mí.

                    Acuclillándose junto a la orilla del lago, la lanza en las manos, los ojos
               negros  siempre  desviándose  temerosos  hacia  las  amenazadoras  extensiones
               arboladas del valle, Grom me habló del horror del que había sido víctima el
               clan de Bragi bajo la luna. Pero antes me habló de aquello, tal y como sus

               padres le habían contado la historia a él.
                    Hacía  mucho  que  los  pictos  habían  bajado  desde  el  noroeste  en  un
               larguísimo viaje, hasta alcanzar por fin estas montañas cubiertas de bosques,
               donde,  debido  a  que  estaban  cansados,  y  porque  la  caza  y  la  fruta  eran

               abundantes y no había tribus hostiles, se detuvieron y construyeron sus aldeas
               con muros de barro.
                    Algunos  de  ellos,  un  clan  entero  de  aquella  tribu  numerosa,  instaló  su
               morada en el Valle de las Piedras Rotas. Descubrieron las columnas y un gran

               templo en ruinas entre los árboles, y en ese templo no había capilla ni altar,
               sino la boca de un pozo que se perdía en las profundidades de la tierra negra,
               y  en  el  cual  no  había  escalones  como  los  que  pudiera  hacer  y  usar  un  ser
               humano. Construyeron su aldea en el valle, y por la noche, bajo la luna, el

               horror cayó sobre ellos y dejó únicamente muros rotos y pedazos de carne
               manchada de limo.
                    En aquellos días, los pictos no temían nada. Los guerreros de otros clanes
               se  reunieron  y  cantaron  sus  canciones  de  guerra  y  bailaron  sus  danzas  de

               guerra, y siguieron un ancho rastro de sangre y limo hasta la boca del pozo
               del templo. Aullaron en señal de desafío y arrojaron peñascos a los que no
               oyeron  tocar  fondo.  Entonces  empezó  a  oírse  el  demoníaco  sonido  de  una
               flauta, y del pozo salió una repugnante figura antropomórfica que bailaba a

               los extraños compases de una flauta que sujetaba en sus manos monstruosas.
               Lo horrible de su aspecto paralizó a los feroces pictos con asombro, y detrás
               de él asomó un inmenso bulto blanco procedente de la oscuridad subterránea.
               Del pozo surgió una pesadilla enloquecedora que las flechas desgarraron pero

               no pudieron detener, que las espadas hirieron pero no pudieron matar. Cayó




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