Page 236 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Dejé atrás el lago y el campamento silencioso donde las cenizas de la pira
todavía humeaban, y me interné bajo los tupidos árboles que había más allá.
A mi alrededor se erguían las columnas, simples bultos sin forma producto de
los estragos de los eones. Los árboles se hacían más densos, y bajo sus
inmensas ramas frondosas la luz misma era oscura y maligna. Como en una
sombra crepuscular, vi el templo arruinado, muros ciclópeos levantándose
sobre masas de mampostería derruida y bloques de piedra caídos. A unos
quinientos metros más adelante, una enorme columna se elevaba en un claro
despejado, hasta veinticinco o treinta metros de altura. Estaba tan desgastada
y picada por el tiempo y los años que cualquier niño de mi tribu habría podido
trepar por ella. Decidí aprovecharla y cambié de plan.
Llegué a las ruinas y vi enormes muros derruidos sujetando un techo
abovedado del cual se habían desprendido muchas piedras, de manera que se
asemejaba a las costillas cubiertas de liquen del esqueleto de algún monstruo
mítico que se arquearan por encima de mí. Columnas titánicas flanqueaban el
portal abierto a través del cual diez elefantes podrían haber pasado uno junto
al otro. Antaño debió de haber inscripciones y jeroglíficos en los pilares y los
muros, pero hacía mucho que se habían borrado por la erosión. Alrededor de
la gran sala, en el lado interior, había columnas en mejor estado de
conservación. En cada una de estas columnas había un pedestal plano, y algún
oscuro recuerdo instintivo resucitó vagamente una escena sombría en la que
tambores negros rugían enloquecidamente, y sobre estos pedestales, seres
monstruosos se acuclillaban repugnantemente en rituales inexplicables que se
remontaban al amanecer negro del universo.
No había altar, sólo la boca de un enorme pozo en el suelo de piedra, con
extrañas y obscenas inscripciones alrededor del borde. Arranqué grandes
pedazos de piedra del suelo putrefacto y las arrojé por el pozo que se perdía
en la oscuridad más absoluta. Las oí rebotar en los costados, pero no las oí
tocar el fondo. Lancé piedra tras piedra, cada una con una maldición
abrasadora, y por último oí un sonido que no era el rumor menguante de las
piedras que caen. Del pozo surgía una demoníaca música de flauta que era
una sinfonía de locura. En la remota oscuridad atisbé el débil y temible
resplandor de un inmenso bulto blanco.
Me retiré lentamente a medida que la flauta se oía más fuerte,
retrocediendo a través de la ancha puerta. Oí un sonido de arañazos, de
alguien trepando, y del pozo y de la puerta, entre las columnas colosales,
surgió una increíble figura saltarina. Aquello caminaba erguido como un
hombre, pero estaba cubierto de pelo, que era más desordenado donde debería
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