Page 239 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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simiesca  estuvo  suspendida  en  mitad  del  aire,  agarrada  por  la  gruesa

               probóscide, y luego fue arrojada contra la pared del templo con tal fuerza que
               redujo el cuerpo peludo a una simple pulpa amorfa. En ese momento la flauta
               lanzó un espantoso chirrido, y después quedó en silencio para siempre.
                    El titán se tambaleó al borde del pozo; entonces se produjo otro cambio,

               una terrible transfiguración cuya naturaleza sigo sin poder describir. Incluso
               ahora,  cuando  intento  pensar  en  ella  claramente,  sólo  tengo  la  caótica
               conciencia de una transmutación blasfema y antinatural de forma y sustancia,
               impresionante  e  indescriptible.  Luego,  la  masa  extrañamente  alterada  se

               desmoronó en el pozo para caer hasta las tinieblas definitivas de las que salió,
               y supe que estaba muerta. Y mientras desaparecía en el pozo, con un gruñido
               desgarrador y espeluznante, las paredes derruidas temblaron desde la cúpula
               hasta los cimientos. Se combaron hacia dentro y se desmoronaron con una

               reverberación  ensordecedora,  la  columna  se  hizo  trizas,  y  con  un  choque
               cataclísmico  la  bóveda  misma  se  vino  abajo.  Durante  un  instante,  el  aire
               pareció velado por los cascotes que caían y el polvo de piedra, a través del
               cual las copas de los árboles se agitaban enloquecidamente como si estuvieran

               en una tormenta o en la convulsión de un terremoto. Después, todo se aclaró
               de  nuevo  y  yo  miré,  sacudiéndome  la  sangre  de  los  ojos.  Donde  se  había
               levantado  el  templo,  había  sólo  una  descomunal  pila  de  cascotes  y  piedras
               rotas,  y  todas  las  columnas  del  valle  habían  caído  para  convertirse  en

               escombros derruidos.
                    En el silencio subsiguiente oí a Grom aullando su canto fúnebre por mí.
               Le ordené que me pusiera la espada en la mano, y así lo hizo, y se agachó
               para escuchar lo que tenía que decirle, pues me moría rápidamente.

                    —Que mi tribu recuerde —dije, hablando lentamente—. Que la historia
               sea contada de aldea en aldea, de campamento en campamento, de tribu en
               tribu,  para  que  los  hombres  sepan  que  ningún  hombre  ni  bestia  ni  diablo
               puede  atacar  sin  pagarlo  al  pueblo  dorado  de  Asgard.  Que  levanten  una

               sepultura donde he caído y me dejen yacer dentro ton mi arco y mi espada a
               mano, para proteger este valle eternamente; de manera que si el fantasma del
               dios que he matado sube desde las profundidades, mi fantasma esté siempre
               listo para presentarle batalla.

                    Y mientras Grom aullaba y se golpeaba el peludo pecho, la muerte cayó
               sobre mí en el Valle del Gusano.











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