Page 244 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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de alas en mis oídos; una forma oscura surgió de la noche, y el extremo de un
ala grande me propinó un golpe en la cabeza al volverme. Caí derribado, y en
el mismo instante oí a Gudrun chillar al ser arrebatada de mi lado.
Levantándome de un salto, estremeciéndome con una furiosa ansia de
desgarrar y matar, vi la forma oscura esfumarse de nuevo en la oscuridad, con
una figura blanca que gritaba y se retorcía colgando de sus garras.
Rugiendo mi espanto y mi furia, agarré el hacha y cargué contra la
oscuridad; y entonces me detuve en seco, enfurecido, desesperado, sin saber
hacia dónde dirigirme.
La gente morena y menuda se había desperdigado, chillando, haciendo
saltar chispas de las hogueras al correr sobre ellas en su apresuramiento por
alcanzar las chozas, pero ahora empezaron a asomar temerosos, lloriqueando
como perros apaleados. Se reunieron a mi alrededor y tiraron de mí con
manos tímidas y farfullaron en su lengua mientras yo maldecía enfermo de
impotencia, sabiendo que deseaban contarme algo que no podía entender.
Por último acepté que me condujeran de regreso a la hoguera, y allí el
mayor de la tribu trajo una tira de cuero, un cuenco de barro con pigmentos, y
un palo. Sobre la piel pintó una burda imagen de una cosa alada que llevaba a
una mujer blanca; sí, era muy burda, pero discerní su significado. Entonces
todos señalaron hacia el sur y gritaron en voz alta en su propia lengua; y supe
que la amenaza contra la que me habían advertido era la cosa que se había
llevado a Gudrun. Hasta entonces, suponía que había sido uno de los grandes
cóndores de la montaña lo que se lo había llevado, pero las imágenes que el
viejo dibujaba, con pintura negra, se parecían a un hombre alado más que a
cualquier otra cosa.
Entonces, lenta y trabajosamente, empezó a dibujar algo que por último
reconocí como un mapa; ¡oh, sí, incluso en aquellos días brumosos teníamos
nuestros mapas primitivos, aunque ningún hombre moderno sería capaz de
comprenderlos, tan distintos eran nuestros símbolos!
Tardó mucho tiempo; llegó la medianoche antes de que el viejo hubiera
acabado y yo hubiese comprendido sus garabatos. Pero por último la cuestión
quedó clara. Si seguía el rumbo trazado en el mapa, y bajaba por el estrecho
valle donde estaba el poblado, cruzaba una meseta, descendía una serie de
abruptas pendientes y otro valle más, llegaría al lugar donde acechaba el ser
que había raptado a mi mujer. En aquel sitio el viejo dibujó lo que parecía una
choza deforme, con muchas marcas extrañas a su alrededor en pigmento rojo.
Señalándolas a ellas, y de nuevo a mí, agitó la cabeza, con aquellos gritos que
parecían indicar entre esta gente la existencia de peligro.
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