Page 246 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
P. 246
afectado a mis músculos de acero. No sentía cansancio alguno; mi furia ardía
sin mitigar. Qué había más allá de los acantilados no podía saberlo; no
aventuré ninguna conjetura. En mi mente sólo había sitio para la ira roja y el
ansia de matar.
Los acantilados no formaban una pared sólida. Es decir, los extremos de
las murallas convergentes no se encontraban, dejando una grieta o hueco de
cien pies de anchura en medio; el arroyo fluía a través, y los árboles crecían
espesos en aquella zona. Atravesé aquella grieta, que no era mucho más larga
que ancha, y salí a un segundo valle, o más bien a una continuación del
mismo valle que se ensanchaba de nuevo más allá del paso.
Los acantilados se perdían rápidamente al este y el oeste, hasta formar una
muralla gigante que rodeaba claramente el valle, tomando la forma de un
óvalo inmenso. Este óvalo formaba un horizonte azul ininterrumpido
alrededor del valle, excepto por un atisbo del claro cielo que parecía indicar
una nueva grieta en el extremo sur. El valle interior tenía una forma parecida
a la de una gran botella, con dos cuellos.
El cuello por el que yo había entrado estaba atestado de árboles, que
crecían densos durante varias yardas, y luego dejaban paso bruscamente a un
campo de flores carmesí. Y algunos cientos de yardas más allá del límite de
los árboles, vi una extraña estructura.
Debo hablar de lo que vi no sólo como Hunwulf, sino como James Allison
también. Pues Hunwulf apenas comprendía vagamente las cosas que veía, y,
como Hunwulf, no podía describirlas en absoluto. Yo, como Hunwulf, no
sabía nada de arquitectura. La única vivienda construida por el hombre que
había visto eran las tiendas de piel de caballo de mi pueblo, y las achaparradas
chozas de barro del pueblo de la cebada; y de otros pueblos igualmente
primitivos.
Así que, como Hunwulf, sólo podría decir que contemplé una gran choza
cuya construcción escapaba por completo a mi entendimiento. Pero yo, James
Allison, supe que era una torre, de unos setenta pies de altura, hecha de una
curiosa piedra verde, muy pulimentada, y de una sustancia que creaba la
ilusión de semitransparencia. Era cilíndrica y, por lo que podía ver, sin
puertas ni ventanas. El cuerpo principal del edificio tendría tal vez sesenta
pies de altura, y de su centro se elevaba una torre más pequeña que
completaba su estatura total. Aquella torre era muy inferior en diámetro al
cuerpo principal de la estructura, y estaba rodeada por una especie de galería,
con un parapeto almenado, y estaba dotada tanto de puertas, curiosamente
Página 246