Page 248 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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hombre,  pero  un  hombre  como  nunca  había  soñado,  ni  siquiera  en  mis

               pesadillas.
                    Era alto, poderoso, negro con el tono del ébano pulido; pero el rasgo que
               lo  convertía  en  una  pesadilla  viviente  eran  las  alas  de  murciélago  que  se
               plegaban sobre sus hombros. Comprendí que eran alas: el hecho era obvio e

               indiscutible.
                    Yo,  James  Allison,  he  meditado  mucho  sobre  aquel  fenómeno  que
               contemplé  a  través  de  los  ojos  de  Hunwulf.  ¿Era  aquel  hombre  alado
               simplemente un monstruo, un ejemplo aislado de la naturaleza distorsionada,

               que  habitaba  en  la  soledad  y  la  desolación  inmemorial?  ¿O  era  el
               superviviente de una raza olvidada, que se había alzado, reinado y esfumado
               antes de la llegada del hombre tal y como lo conocemos? Los hombrecillos
               morenos  de  las  montañas  podrían  habérmelo  dicho,  pero  no  teníamos  un

               idioma común. Sin embargo, me inclino por la segunda teoría. Los hombres
               alados  no  son  poco  comunes  en  la  mitología;  aparecen  en  el  folklore  de
               muchas naciones y muchas razas. Tanto como el hombre puede remontarse en
               los  mitos,  las  crónicas  y  las  leyendas,  encuentra  relatos  de  arpías  y  dioses

               alados,  ángeles  y  demonios.  Las  leyendas  son  sombras  distorsionadas  de
               realidades  preexistentes.  Creo  que  una  vez,  una  raza  de  hombres  negros
               alados gobernó un mundo preadánico, y que yo, Hunwulf, conocí al último
               superviviente de aquella raza en el valle de las flores rojas.

                    Estos  pensamientos  los  pienso  como  James  Allison,  con  mis
               conocimientos  modernos  que  son  tan  imponderables  como  mi  ignorancia
               moderna.
                    Yo,  Hunwulf,  no  me  detenía  en  semejantes  especulaciones.  El

               escepticismo  moderno  no  formaba  parte  de  mi  naturaleza,  ni  tampoco
               pretendía racionalizar lo que no parecía coincidir con un universo natural. No
               reconocía más dioses que Ymir y sus hijas, pero no dudaba de la existencia,
               como  demonios,  de  otras  entidades,  adoradas  por  otras  razas.  Seres

               sobrenaturales  de  toda  especie  encajaban  en  mi  concepto  de  la  vida  y  el
               universo. Ya no dudaba de la existencia de dragones, fantasmas, demonios y
               diablos más de lo que dudaba de la existencia de leones, búfalos y elefantes.
               Acepté a aquel monstruo de la naturaleza como demonio sobrenatural y no

               me preocupé por su origen o su procedencia. Tampoco me sumí en un pánico
               de  temor  supersticioso.  Era  un  hijo  de  Asgard,  que  no  temía  a  hombre  ni
               diablo, y tenía más fe en el aplastante poder de mi hacha de pedernal que en
               los hechizos de sacerdotes o los encantamientos de brujos.







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