Page 242 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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pueblos masacrados. Y en medio de estos vagabundeos, estas cazas y estas
masacres, alcancé la edad adulta plena y el amor de Gudrun.
¿Qué puedo decir de Gudrun? ¿Cómo describir el color a los ciegos?
Puedo decir que su piel era más blanca que la leche, que su pelo era de oro
viviente que había atrapado las llamas del sol, que la esbelta belleza de su
cuerpo avergonzaría a los sueños que dieron forma a las diosas griegas. Pero
no puedo haceros comprender el fuego y el prodigio que era Gudrun. No
tenéis ningún elemento para la comparación; conocéis a las mujeres sólo por
las mujeres de vuestra época, que junto a ella son como las velas junto al
resplandor de la luna llena. Hace más de un millar de milenios que mujeres
como Gudrun no recorren la tierra. Cleopatra, Thais, Helena de Troya, sólo
fueron pálidas sombras de su belleza, frágiles simulacros de la flor que florece
en su máxima gloria sólo en su estado primordial.
Por Gudrun renegué de mi tribu y de mi pueblo, y marché a la selva,
exiliado y proscrito, con sangre en las manos. Ella era de mi raza, pero no de
mi tribu: una niña abandonada a quien encontramos vagando en un bosque
oscuro, perdida por alguna tribu vagabunda de nuestra sangre. Creció en la
tribu, y cuando alcanzó la plena madurez de su gloriosa y joven feminidad fue
entregada a Heimdul el Fuerte, el cazador más poderoso de la tribu.
Pero yo soñaba con Gudrun y eso se convirtió en una locura que pesó
sobre mi alma, una llama que ardía eternamente; por ella maté a Heimdul,
aplastando su cráneo con mi hacha de cabeza de pedernal antes de que
pudiera llevársela a su tienda de piel de caballo. A continuación vino nuestra
larga huida de la venganza de la tribu. Ella me acompañó voluntariamente,
pues me amaba con el amor de las mujeres aesires, que es una llama
devoradora que destruye la debilidad. ¡Oh!, aquella era una época salvaje, en
la que la vida era terrible y sanguinaria, y los débiles morían rápido. No había
nada suave o gentil en nosotros; nuestras pasiones eran las de la tempestad, el
ímpetu y el impacto de la batalla, el desafío del león. Nuestros amores eran
tan terribles como nuestros odios.
Así me llevé a Gudrun de la tribu, y los ejecutores nos pisaron los talones.
Durante un día y una noche nos siguieron de cerca, hasta que cruzamos a
nado un río crecido, un torrente furioso y espumeante que ni siquiera los
hombres aesires se atrevieron a tentar. En la locura de nuestro amor y nuestra
temeridad, nos abrimos camino a través de él, sacudidos y desgarrados por el
frenesí de la sangre, y alcanzamos vivos la otra orilla.
Luego, durante muchos días, atravesamos bosques en las sierras infestadas
de tigres y leopardos, hasta que llegamos a una gran barrera de montañas,
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