Page 238 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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flechas se hundieron hasta las plumas o incluso desaparecieron de la vista en
la masa temblorosa, cada una cargada con veneno suficiente para matar a un
elefante macho. Pero aquello siguió avanzando, veloz, horripilante, ignorando
en apariencia tanto las flechas como el veneno en que estaban empapadas. Y
todo el tiempo la repugnante música prestaba un enloquecedor
acompañamiento, con su leve gemido que surgía de la flauta tirada en el
suelo.
Mi confianza empezó a desvanecerse; incluso el veneno de Satha era fútil
contra este ser misterioso. Hundí mi última flecha en la temblorosa montaña
blanca que tenía casi directamente debajo de mí, tanto se había acercado el
monstruo a mi posición. Entonces, repentinamente, su color cambió. Una
oleada de azul enfermizo lo cubrió, y la inmensa masa se agitó en
convulsiones semejantes a un terremoto. Con un salto terrible, golpeó la parte
baja de la columna, que cayó convirtiéndose en añicos de piedra. Pero
mientras se producía el impacto, di un gran salto y atravesando el aire caí
directamente sobre el lomo del monstruo.
La piel esponjosa cedió bajo mis pies, y hundí mi espada hasta la
empuñadura, arrastrándola a través de la carne hinchada, trazando una
horrible herida de un metro de longitud, de la cual rezumó un limo verdoso.
Entonces, un golpe de un tentáculo fuerte como un cable me arrojó de la
espalda del titán y me lanzó cien metros a través del aire hasta que choqué
con un montón de árboles gigantes.
El impacto debió de astillar la mitad de los huesos de mi cuerpo, pues
cuando quise agarrar mi espada de nuevo y arrastrarme una vez más al
combate no pude mover las manos ni los pies, sino sólo agitarme indefenso
con la espalda rota. Pero podía ver al monstruo y supe que había vencido,
incluso en la derrota. La masa montañosa saltaba y se ondulaba, los tentáculos
se proyectaban enloquecidos, las antenas se agitaban y retorcían, y la
nauseabunda blancura se había convertido en un verde pálido y espeluznante.
Se giró pesadamente y se lanzó de regreso al templo, balanceándose como un
barco tocado en medio del fuerte oleaje. Los árboles caían y se partían cuando
tropezaba con ellos.
Lloré de pura rabia porque no podía agarrar mi espada y correr a morir
saciando mi furia enloquecedora con mandobles poderosos. Pero el dios-
gusano estaba herido de muerte y no necesitaba mi inútil espada. La flauta
demoníaca del suelo proseguía con su melodía infernal, que era como el canto
fúnebre de la criatura. Entonces vi que el monstruo giraba y vacilaba, y
agarraba el cuerpo de su esclavo peludo. Durante un instante, la figura
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