Page 216 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Creek, y ni siquiera sé si estaba vivo cuando le conocí en el sur. Vivo tal y
como nosotros entendemos la vida, quiero decir.
—¿Qué tonterías son esas? —inquirió Doc Blaine con incomodidad, y
sentí que mi vello se erizaba ligeramente. Fuera todo era silencio, y estrellas,
y sombras negras del bosque de robles. La lámpara proyectaba la sombra del
viejo Garfield grotescamente contra la pared, de manera que no se parecía a la
de un ser humano, y sus palabras eran extrañas como las palabras que se oyen
en una pesadilla.
—Sabía que no lo entendería —dijo el viejo Jim—. Yo mismo no lo
entiendo, y no tengo palabras para explicar las cosas que siento y sé sin
comprenderlas. Los lipanos estaban emparentados con los apaches, y los
apaches aprendieron cosas curiosas de los pueblo. Todo lo que puedo decir es
que el Hombre Espíritu estaría vivo o muerto, no lo sé, pero estaba. Aún más,
sigue existiendo.
—¿Eres tú o soy yo el que está loco? —preguntó Doc Blaine.
—Bueno —dijo el viejo Jim—, le diré una cosa: el Hombre Espíritu
conoció a Coronado.
—¡Está como una cabra! —murmuró Doc Blaine. Entonces levantó la
cabeza—: ¿Qué es eso?
—Un caballo que llega desde la carretera —dije—. Parece que se ha
detenido.
Me dirigí a la puerta, como un idiota, y me quedé recortado en el marco
formado por la luz que tenía detrás. Atisbé un bulto sombrío que sabía que era
un hombre a caballo; entonces Doc Blaine gritó:
—¡Cuidado!
Se arrojó sobre mí, haciendo que cayéramos los dos al suelo. Al mismo
tiempo oí el estampido atronador de un rifle, y el viejo Garfield gruñó y cayó
pesadamente.
—¡Jack Kirby! —gritó Doc Blaine—. ¡Ha matado a Jim!
Me levanté al instante, oyendo el estrépito de pezuñas que se retiraban,
tomé la antigua escopeta del viejo Jim de la pared, corrí imprudentemente al
porche abombado y solté los dos cartuchos contra la figura que huía, en la
penumbra estrellada. La carga era demasiado leve para matar a esa distancia,
pero los perdigones pincharon al caballo y le enloquecieron. Dio un tirón, se
lanzó de cabeza a través de una valla de raíles y cruzó a través del huerto. Una
rama de melocotonero derribó a su jinete de la silla. No se movió después de
tocar el suelo. Corrí hasta allí y le observé. Era Jack Kirby, desde luego, y se
había partido el cuello como si fuera una rama podrida.
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