Page 257 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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—Blanco, tú no vas a hacer nada.

                    Entonces  sacó  el  cuchillo  con  el  que  había  cortado  la  ternera  y  corrió
               hacia mí. Yo saqué la pistola y le disparé dos veces en el estómago. Cayó y
               volví a dispararle otra vez, en la cabeza.
                    Entonces  Jezebel  salió  corriendo,  gritando  y  maldiciendo,  con  un  viejo

               mosquete de los de carga por la boca. Me apuntó y apretó el gatillo, pero la
               cápsula estalló sin disparar el proyectil, y yo le grité que retrocediera o que la
               mataría.  Pero  corrió  hacia  mí  agitando  el  mosquete  como  un  bastón.  Lo
               esquivé y me golpeó de refilón, desgarrándome el pellejo en las sienes, y le

               puse  la  pistola  contra  el  pecho  y  apreté  el  gatillo.  El  disparo  hizo  que
               retrocediera tambaleándose varios metros; dio unos cuantos tumbos y cayó al
               suelo, con la mano en el pecho y la sangre corriéndole entre los dedos.
                    Me  acerqué  a  ella  y  me  quedé  mirándola  con  la  pistola  en  la  mano,

               jurando y maldiciéndola, y ella levantó la mirada y dijo:
                    —Has matado a Joel y me has matado a mí, pero por Dios que no vivirás
               para jactarte. Te maldigo por la gran serpiente y por el pantano negro y el
               gallo blanco. Antes de que vuelva a amanecer este día, estarás marcando las

               vacas  del  diablo  en  el  infierno.  Ya  verás,  vendré  a  buscarte  cuando  sea  el
               momento justo.
                    Entonces la sangre brotó de su boca y cayó hacia atrás y supe que había
               muerto.  Me  asusté  y  me  sentí  sobrio  de  golpe  y  me  subí  al  caballo  y  me

               marché. Nadie me había visto, y al día siguiente les dije a los chicos que me
               había dado un golpe en la sien con una rama contra la que me había estrellado
               mi caballo. Nadie supo que fui yo quien los mató a los dos, y no te lo estaría
               contando a ti si no fuera porque sé que no me queda mucho de vida.

                    La maldición me ha estado acosando, y es inútil intentar evitarla. Todo el
               camino durante la expedición podía notar que algo me seguía. Antes de llegar
               a Río Rojo, descubrí una serpiente de cascabel enroscada dentro de mi bota
               una mañana, y después de eso dormí con las botas puestas todo el tiempo.

               Luego,  cuando  estábamos  cruzando  el  Canadiense,  el  paso  estaba  un  poco
               crecido;  yo  cabalgaba  en  cabeza,  y  el  rebaño  se  puso  a  desperdigarse  sin
               razón alguna, y me atrapó en medio. Mi caballo se ahogó, y yo también lo
               habría  hecho,  si  Steve  Kirby  no  me  hubiera  echado  el  lazo  y  me  hubiese

               arrastrado  de  entre  aquellas  vacas  enloquecidas.  Luego,  uno  de  los  peones
               estaba limpiando un rifle para búfalos una noche, y se le cayó de las manos y
               me  hizo  un  agujero  en  el  sombrero.  Para  entonces  los  muchachos  ya
               bromeaban diciendo que yo era gafe.







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