Page 59 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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se cortaron las gargantas unos a otros; sí, de la misma manera que los helenos

               y los persas, que habían sido un solo pueblo perteneciente la misma corriente,
               se dividieron en dos caminos distintos durante el largo viaje, y siglos después
               se encontraron e inundaron de sangre Grecia y Asia Menor.
                    Comprendan que todo esto yo no lo sabía como Aryara. Yo, Aryara, no

               sabía nada de los desplazamientos a lo largo de todo el mundo de mi raza.
               Sabía  sólo  que  mi  pueblo  era  de  conquistadores,  que  un  siglo  antes  mis
               antepasados  habían  habitado  en  las  grandes  llanuras  del  este,  llanuras  que
               hervían de gentes feroces, de pelo amarillo y ojos claros como yo mismo; que

               mis antepasados habían venido hacia el oeste en una gran corriente; y que en
               aquella corriente, cuando los hombres de mi tribu encontraban tribus de otras
               razas, las pisoteaban y las destruían, y cuando encontraban a otros pueblos de
               pelo  amarillo  y  ojos  claros,  de  corrientes  más  antiguas  o  más  nuevas,

               luchaban salvaje e implacablemente, según la costumbre antigua e ilógica del
               pueblo ario. Esto lo sabía Aryara, y yo, John O’Donnel, que sé mucho más y
               mucho menos de lo que yo, Aryara, sabía, he combinado el conocimiento de
               estos yos separados y he llegado a conclusiones que sorprenderían a muchos

               científicos e historiadores notables.
                    Sin  embargo,  este  hecho  es  bien  conocido:  los  arios  se  deterioran
               rápidamente  en  vidas  sedentarias  y  pacíficas.  Su  existencia  apropiada  es  la
               nómada; cuando se establecen en una existencia agraria, asfaltan el camino de

               su ruina; y cuando se encierran en las murallas de la ciudad, sellan su destino.
               ¡Oh!, yo, Aryara, recuerdo los relatos de los ancianos; cómo los Hijos de la
               Espada,  en  aquella  larga  migración,  encontraron  aldeas  de  gentes  de  piel
               blanca y pelo amarillo que habían emigrado hacia el oeste siglos antes y que

               habían abandonado la vida vagabunda para habitar entre los pueblos morenos
               comedores  de  ajos  y  para  ganarse  el  sustento  con  el  suelo.  Y  los  ancianos
               contaban  lo  blandos  y  débiles  que  eran,  y  lo  fácilmente  que  caían  ante  las
               hojas de bronce del Pueblo de la Espada.

                    Mirad: ¿no está la historia entera de los Hijos de Arian descrita en esas
               líneas? Mirad, qué rápidamente siguieron los persas a los medas; los griegos,
               a los persas; los romanos, a los griegos; y los germánicos, a los romanos. Sí, y
               los nórdicos siguieron a las tribus germánicas cuando se volvieron blandos

               tras aproximadamente un siglo de paz y ocio, y los despojaron de los despojos
               que habían tomado en las tierras del sur.
                    Pero debo hablar de Ketrick. ¡Ja, el pelo se eriza ante semejante atavismo,
               sí! Era una regresión de la especie; pero de la especie que hace que el vello de

               mi  nuca  se  erice  a  la  simple  mención  de  su  nombre.  No  era  la  limpia




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