Page 62 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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LOS DIOSES DE BAL-SAGOTH



                                                  The Gods of Bal-Sagoth



                                                [Weird Tales, octubre, 1931]







                                             1. ACERO EN LA TORMENTA


                    El  relámpago  deslumbró  los  ojos  de  Turlogh  O’Brien  y  sus  pies

               resbalaron sobre un charco de sangre mientras se dirigía tambaleante hacia la
               oscilante  cubierta.  El  entrechocar  del  acero  rivalizaba  con  el  estruendo  del
               trueno, y los gritos de muerte atravesaban el rugido de las olas y el viento. El
               incesante  parpadeo  del  relámpago  destellaba  sobre  los  cadáveres  que  se

               desparramaban  enrojecidos  y  sobre  las  gigantescas  figuras  cornudas  que
               rugían  y  golpeaban  como  inmensos  demonios  salidos  de  la  tormenta  de
               medianoche, con la gran proa en forma de pico cerniéndose sobre ellos.
                    La maniobra era rápida y desesperada; bajo la iluminación momentánea

               una feroz cara barbuda resplandeció ante Turlogh, y su veloz hacha centelleó,
               partiéndola  hasta  el  mentón.  En  la  breve  y  completa  negrura  que  siguió  al
               relámpago, un golpe invisible arrancó el casco de Turlogh de su cabeza y él
               respondió  ciegamente,  sintiendo  cómo  su  hacha  se  hundía  en  la  carne,  y

               oyendo a un hombre aullar. Una vez más estallaron los fuegos en los cielos
               furiosos, mostrando al gaélico el círculo de rostros salvajes, el cerco de acero
               resplandeciente que le rodeaba.
                    Con  la  espalda  contra  el  mástil  principal,  Turlogh  esquivó  y  atacó;

               entonces, a través de la locura de la refriega resonó una fuerte voz, y en un
               instante  relampagueante  el  gaélico  atisbo  una  figura  gigante,  un  rostro
               extrañamente familiar. Luego, el mundo se sumió en una negrura pintada de
               fuego.

                    La  conciencia  regresó  lentamente.  Turlogh  percibió  en  primer  lugar  un
               movimiento oscilante, como si se meciera, que afectaba a todo su cuerpo y



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