Page 66 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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El barco chocó dando un golpe que partió sus mástiles e hizo añicos su

               proa  como  si  fuera  de  cristal.  Su  pico  de  dragón  se  elevó  en  el  aire  y  los
               hombres rodaron como bolos y cayeron desde su cubierta inclinada. Durante
               un momento el barco permaneció inmóvil, tembloroso como si estuviera vivo,
               luego resbaló sobre el arrecife invisible y se hundió en una cortina cegadora

               de espuma.
                    Turlogh  había  abandonado  la  cubierta  lanzándose  en  una  zambullida
               lejana que le puso a salvo. Emergió en mitad del tumulto, combatió las aguas
               durante  un  momento  enloquecido,  y  luego  agarró  unos  restos  que  las  olas

               habían sacado a flote. Mientras subía gateando, una forma chocó contra él y
               volvió a hundirse. Turlogh metió el brazo bajo el agua, agarró el cinto de una
               espada  y  subió  al  hombre  a  su  improvisada  balsa.  En  un  instante  había
               reconocido al sajón, Athelstane, todavía lastrado por la armadura que no había

               tenido tiempo de quitarse. El hombre parecía aturdido. Estaba exánime, con
               las extremidades colgando.
                    Turlogh  recordaría  aquel  viaje  a  través  de  las  olas  como  una  pesadilla
               caótica.  La  marea  los  sacudió,  arrojando  su  frágil  navío  hacia  las

               profundidades, y luego lanzándolos hasta los cielos. No había nada que hacer
               excepto  agarrarse  y  confiar  en  la  suerte.  Y  Turlogh  se  agarró,  sujetando  al
               sajón con una mano y la balsa con la otra, mientras le parecía que los dedos se
               le  partían  por  el  esfuerzo.  Una  y  otra  vez  estuvieron  a  punto  de  ser

               sumergidos;  de  pronto,  por  algún  milagro,  estuvieron  a  salvo,  flotando  en
               aguas relativamente tranquilas, y Turlogh vio una delgada aleta cortando la
               superficie a una yarda de distancia. Desapareció en un remolino de agua, y
               Turlogh tomó su hacha y atacó. Las aguas se tiñeron de rojo instantáneamente

               y  la  embestida  de  unas  formas  sinuosas  hizo  que  el  navío  se  balanceara.
               Mientras los tiburones destrozaban a su hermano, Turlogh, remando con las
               manos,  llevó  la  burda  balsa  hacia  la  orilla  hasta  que  pudo  sentir  el  fondo.
               Caminó  hasta  la  playa,  medio  cargando  con  el  sajón;  luego,  a  pesar  de  su

               vigor  de  hierro,  Turlogh  O’Brien  se  desplomó,  exhausto,  y  no  tardó  en
               quedarse profundamente dormido.


                                                2. DIOSES DEL ABISMO


                    Turlogh no durmió mucho. Cuando despertó, el sol acababa de salir sobre
               el horizonte marino. El gaélico se levantó, sintiéndose tan recuperado como si

               hubiera dormido la noche entera, y miró a su alrededor. La ancha playa blanca
               ascendía  en  pendiente  suave  desde  el  agua  hasta  un  trecho  ondulante  de
               árboles gigantescos. Allí no parecía que hubiera maleza, pero los inmensos



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