Page 60 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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descendencia de un chino o un mongol de tiempos recientes. Los daneses
expulsaron a sus antepasados a las colinas de Gales; ¡y allí, en qué siglo
medieval, y de qué forma infecta aquella maldita mancha aborigen se
deslizaría en la sangre sajona de la estirpe celta, para yacer adormecida tanto
tiempo! Los galeses celtas no se emparejaron con los Hijos, como tampoco lo
hicieron los pictos. Pero debió de haber supervivientes, alimañas acechando
en aquellas colinas macabras, que sobrevivieron a su época y su tiempo. En
los días de Aryara, ya apenas eran humanos. ¿Qué efectos debieron de tener
sobre aquella raza mil años de regresión?
¿Qué ser infecto se deslizó en el castillo Ketrick en alguna noche
olvidada, o surgió del barro para raptar a alguna mujer de la estirpe,
llevándosela a las colinas?
Semejante idea provoca la repulsión. Pero algo sé: debía de haber
supervivientes de aquella época sucia y reptilesca cuando los Ketrick llegaron
a Gales. Puede que todavía los haya. Pero este niño sustituto de otro, este
vástago de la oscuridad abandonado, este horror que lleva el noble nombre de
Ketrick, tiene grabada la marca de la serpiente, y hasta que sea destruido no
conoceré el reposo. Ahora que sé lo que es, sé que contamina el aire limpio y
deja la baba de la serpiente sobre la tierra verde. El sonido de su voz siseante
y balbuciente me llena de un horror espeluznante y la visión de sus ojos
rasgados me inspira una furia asesina.
Pues yo procedo de una raza soberbia, y alguien como él es un insulto y
una amenaza continua, como una serpiente bajo el pie. La mía es una raza
soberana, aunque ahora se haya degradado y haya caído en la decadencia por
la mezcla continua con las razas conquistadas. Las oleadas de sangre
extranjera han teñido mi pelo de negro y han oscurecido mi piel, pero todavía
tengo la estatura señorial y los ojos azules de un ario real.
Como mis antepasados, como yo, Aryara, destruí la basura que se agitaba
bajo nuestros tacones, también yo, John O’Donnel, exterminaré la cosa
reptilesca, el monstruo nacido de la mancha serpentina que durmió tanto
tiempo en las limpias venas sajonas sin que nadie lo sospechara, aniquilaré los
vestigios de las cosas-serpiente dejados para provocar a los Hijos de Arian.
Dicen que el golpe que recibí afectó a mi cerebro; sé que lo único que hizo
fue abrirme los ojos. Mi antiguo enemigo camina a menudo solo por los
páramos, atraído, aunque puede que no lo sepa, por ansias ancestrales. Y en
uno de esos paseos solitarios lo encontraré, y cuando lo encuentre, romperé su
sucio cuello con mis manos, igual que yo, Aryara, rompí los cuellos de las
sucias criaturas de la noche hace tanto, tanto tiempo.
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