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Alcanzó a los otros, jadeando, sin aliento. Habría jurado que -acababa de correr
                un kilómetro, pero cuando miró atrás, la pared opuesta del vestíbulo estaba
                apenas a tres metros.
                   Mike le apretó el hombro con tanta fuerza que le hizo daño.
                   --Me has asustado, tío -dijo. Richie, Stan y Eddie lo miraban interrogativamente-.
                Se le veía "pequeño" -dijo Mike-. Como si estuviese a un kilómetro de distancia.
                   --¡Bill!
                   Bill se volvió a mirarlo.,
                   --Tenemos que asegurarnos de que nadie se aparta -jadeó Ben-. Esta casa... es
                como la casa embrujada de los parques de diversiones o algo así. Nos
                perderemos. Creo que "Eso" quiere que nos perdamos. Que nos separemos.
                   Bill lo miró con los labios apretados.
                   --E-está bien -dijo-. To-to-todos unidos. N-n-nada de sep-separarse.
                   Todos asintieron, asustados, arracimados contra la pared del vestíbulo. La mano
                de Stan buscó a tientas el libro de los pájaros en el bolsillo trasero. Eddie tenía su
                inhalador en la mano, apretando y soltando, apretando y soltando, como un
                alfeñique dedicado a aumentar sus músculos con una pelota de tenis.
                   Bill abrió la puerta y se encontró con otro vestíbulo más estrecho. El
                empapelado, que tenía un estampado de rosas y elfos con gorros verdes, se
                estaba desprendiendo del yeso esponjoso. Las manchas amarillas de la humedad
                esparcían anillos seniles en el cielo raso. Un chorro de luz mohosa entraba por
                una ventana sucia, en el otro extremo.
                   De pronto, el corredor pareció alargarse. El cielo raso se elevó y empezó a
                estrecharse sobre ellos como un extraño cohete. Las puertas crecieron hacia
                arriba, alargadas como caramelo blando. las caras de los elfos se volvieron largas
                y extrañas; sus ojos eran agujeros negros y sangrantes.
                   Stan soltó un grito y se llevó las manos a los ojos.
                   --¡N-no no es re-real! -gritó Bill.
                   --¡Sí que es real! -aulló Stan, hundiendo sus pequeños puños contra los ojos-.
                ¡Es real y tú lo sabes, por Dios, me estoy volviendo loco, esto es una locura, esto
                es una locura...!
                   --¡Mi-mi-mira! -vociferó Bill.
                   Y todos ellos (Ben con la cabeza dándole vueltas) vieron que Bill se agachaba,
                enroscándose, y se arrojaba súbitamente hacia arriba. Su puño cerrado golpeó
                contra nada, absolutamente nada, pero se oyó un fuerte ruido de rotura. El yeso
                cayó de un lugar donde ya no había cielo raso... y de pronto lo vieron. El pasillo
                volvió a ser un pasillo, estrecho, sucio, de techo bajo, pero cuyas paredes ya no se
                estiraban hacia la eternidad. Bill los miraba, frotándose la mano lastimada,
                harinosa de yeso. Arriba se veía la clara marca dejada por su puño.
                   --N-n-no es re-real -dijo a todos-. S-s-sólo una fa-f-fachada f-f-falsa.
                   --Para ti, tal vez -dijo Stan sombríamente.
                   Su rostro mostraba espanto y horror. Miró en derredor, como si ya no supiera
                dónde estaba. Al percibir el hedor agrio que rezumaban sus poros, Ben, que se
                había alegrado demasiado por la victoria de Bill, volvió a asustarse. Stan estaba a
                punto de derrumbarse. Pronto se pondría histérico y volvería a gritar. Y entonces
                ¿qué pasaría?
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