Page 602 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 602
--Para ti -repitió Stan-. Pero si yo hubiese intentado eso, no habría pasado nada.
Porque... tú tienes a tu hermano, Bill, pero yo no tengo nada.
Recorrió el entorno con la vista: primero el salón, que había cobrado una
tonalidad parda, sombría, tan densa y neblinosa que apenas se veía la puerta por
donde habían entrado. Luego, el pasillo, iluminado pero también oscuro, también
mugriento, también completamente inverosímil. Los elfos hacían cabriolas en el
papel podrido bajo las rosas. El sol refulgía en los vidrios de la ventana, en el
extremo del pasillo. Y Ben comprendió que si llegaban hasta allí encontrarían
moscas muertas... más vidrios rotos ¿y qué más? ¿Las tablas del suelo separadas
para hacerlos caer a una mortal oscuridad donde esperaban dedos codiciosos?
Stan tenía razón: ¿cómo se les había ocurrido entrar en su guarida sin más
protección que dos ridículos balines de plata y un inútil tirachinas?
Vio que el pánico de Stan saltaba de uno a otro, como un incendio de prados
arrastrado por el viento. Se ensanchó en los ojos de Eddie, abrió la boca de Bev
en una exclamación herida, hizo que Richie se ajustara las gafas con ambas
manos para mirar alrededor como si temiera encontrarse con un enemigo
pisándole los talones.
Temblaban, al borde de huir atropelladamente. Casi habían olvidado la
recomendación de Bill de no separarse. Escuchaban al pánico que, con la fuerza
de un vendaval, aullaba entre sus oídos. Como en un sueño, Ben oyó la voz de la
señorita Davies, la ayudante de biblioteca, que leía a los pequeños: "¿Quién
camina, "trip-trap", sobre mi puente?" Y los vio, vio a los niños inclinados hacia
adelante, silenciosos y solemnes, reflejando en los ojos la eterna fascinación del
cuento de hadas: ¿Sería el monstruo derrotado... o se los comería?
--¡Yo no tengo nada! -gimió Stan Uris. Parecía muy pequeño, casi tanto como
para escurrirse entre las rendijas del suelo, como una carta humana-. ¡Tú tienes a
tu hermano, tío, pero yo no tengo nada.!
--¡S-s-sí ti-ti-tienes! -chilló Bill.
Aferró a Stan y Ben y gimió mentalmente: "No, Bill, por favor, así actuaría Henry,
si actúas así "Eso" nos matará a todos ahora mismo."
Bill hizo girar a Stan con mano ruda y le arrancó el librito del bolsillo trasero.
--¡Dame eso! -vociferó Stan, echándose a llorar.
Los otros, asustados, se apartaron de Bill, cuyos ojos parecían despedir llamas.
Su frente relumbraba como una lámpara. Presentó el libro a Stan como un
sacerdote presenta la cruz a un vampiro.
--T-t-tienes tus pa-p-p-p-pa...
Giró la cabeza hacia arriba con los tendones del cuello salientes, la nuez como
una punta de flecha clavada en su garganta. Ben estaba lleno de miedo y piedad
por su amigo Bill Denbrough, pero también experimentaba una fuerte sensación
de maravilloso alivio. ¿Cómo había dudado de Bill? ¿Cómo había podido alguno
de ellos dudar de Bill? "Oh, Bill, dilo, por favor, ¿no puedes decirlo?"
Y Bill, de algún modo, lo dijo:
--Tienes tus pa-pa-pa-p... ¡"Pájaros"!
Arrojó el libro a Stan. El niño judío lo tomó mirando a Bill sin decir palabra. En las
mejillas le relucían las lágrimas. Apretó el libro hasta que los dedos se le pusieron
blancos. Bill lo miró. Luego miró a los otros.
--V-v-vamos -ordenó.