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apelmazado ("Su pelaje -pensó-, esto es su pelaje"), y sintió los pesados huesos
                de su cráneo. Tironeó de esa cabeza lobuna con todas sus fuerzas, pero, aunque
                era corpulento para su edad, no sirvió de nada. Si no hubiera retrocedido
                tambaleante hasta chocar con la pared, "Eso" le habría desgarrado la garganta
                con sus dientes.
                   "Eso" fue tras él, dilatados los ojos amarilloverdosos, gruñendo con cada aliento.
                Olía a cloacas y a algo más, algo silvestre, pero desagradable, como las castañas
                podridas. Una de sus fuertes garras se elevó. Ben la esquivó como pudo. La
                zarpa, terminada en grandes uñas, desgarró heridas sin sangre en el papel de la
                pared y en el blanco yeso de abajo. Ben oyó vagamente que Richie gritaba. Eddie
                aullaba, pidiendo a Beverly que disparara, que disparara.
                   Pero Beverly no disparaba. Era su única oportunidad y ella estaba decidida a
                actuar de modo que no hiciese falta otra. Sobre su vista cayó una clara frialdad
                que jamás en su vida volvería a experimentar. Todo estaba en perfecto relieve;
                nunca más volvería a ver las tres dimensiones de la realidad tan claramente
                definidas. Poseía todos los colores, todos los ángulos, todas las distancias. El
                miedo desapareció. Experimentaba la excitación del cazador que goza de la
                certeza de la próxima consumación. Su pulso se hizo más lento. El puño
                tembloroso, histérico, con que había estado tensando la honda cobró firmeza y se
                tornó natural. Aspiró hondo, muy hondo. Tuvo la sensación de que sus pulmones
                jamás acabarían de llenarse. Lejana, vagamente, oyó unos estallidos sordos. No
                importaban. Apuntó a la izquierda esperando acertar de pleno a la imposible
                cabeza del hombre-lobo.
                   Las garras del hombre-lobo volvieron a descender. Ben trató de esquivarlas
                agachándose, pero de pronto se vio apresado. "Eso" le sacudió como si fuese un
                muñeco de trapo. Sus fauces se abrieron.
                   --¡Hijo de puta!
                   Ben hundió un pulgar en uno de sus ojos. "Eso" aulló de dolor y una de aquellas
                zarpas le desgarró la camisa. Ben hundió el vientre, pero una de las uñas trazó
                una línea siseante de dolor en su torso. La sangre brotó de él manchándole los
                pantalones, las zapatillas, el suelo. El hombre-lobo lo arrojó a la bañera. Ben se
                golpeó la cabeza, vio estrellas y forcejeó hasta conseguir sentarse. Tenía el
                regazo lleno de sangre.
                   El hombre-lobo giró en redondo. Ben observó, con la misma claridad lunática,
                que el monstruo llevaba vaqueros Levi Strauss, desteñidos y con las costuras
                reventadas. De un bolsillo trasero le colgaba un pañuelo rojo, como los que usan
                los guardaagujas del ferrocarril. En la espalda de su chaqueta escolar, negra y
                naranja, se leían las palabras "Escuela secundaria Derry equipo matador"; más
                abajo, el nombre "Pennywise". En el centro, un número: 13.
                   "Eso" se lanzó contra Bill. El chico había logrado levantarse y estaba de
                espaldas a la pared, mirándolo fijamente.
                   --¡Dispara, Beverly! -gritó Richie otra vez.
                   --Bip-bip, Richie. -Beverly oyó su propia voz como si estuviese a mil kilómetros
                de distancia.
                   La cabeza del hombre-lobo estaba súbitamente allí, en la línea de fuego. Ella
                soltó la honda, sin el menor estremecimiento en sus manos; disparó tan tranquila,
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