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tan naturalmente como había disparado contra las latas en el vertedero el día en
                que todos habían probado la puntería para ver quién lo hacía mejor.
                   Ben tuvo tiempo de pensar: "Oh, Beverly, si fallas podemos darnos por muertos,
                y no quiero morir en esta bañera sucia. Pero no puedo salir."
                   Beverly no falló. Un orificio apareció súbitamente en el centro del hocico. Bev
                había apuntado al ojo derecho y errado apenas por un centímetro.
                   El grito, casi humano de sorpresa, dolor, miedo y cólera, fue ensordecedor. A
                Ben le resonaron los oídos. De pronto, el orificio desapareció, oscurecido por
                borbotones de sangre. La sangre salía a chorros de la herida. Los borbotones
                empaparon la cara y el pelo de Bill.
                   "No importa -pensó Ben, fuera de sí-. No importa, Bill. Nadie lo verá cuando
                salgamos de aquí. Si es que salimos."
                   Bill y Beverly avanzaron hacia el hombre-lobo. Detrás de ellos, Richie gritaba
                histéricamente:
                   --¡Dispara otra vez, Beverly! ¡Mátalo!
                   --¡Sí, mátalo! -gorjeó Eddie.
                   --¡"Mátalo"! -gritó Bill, con la boca torcida en un rictus tembloroso. En el pelo
                tenía un poco de yeso, blancoamarillento-. ¡"Mátalo, Bevvie, no lo dejes escapar"!
                   "Pero si no quedan balines -pensó Ben-. ¿De qué estáis hablando? ¿Con qué va
                a disparar?"
                   Pero lo comprendió al mirar a Beverly. Si no hubiese estado enamorado de la
                chica en ese momento le hubiese entregado su corazón. Beverly había tensado la
                honda ocultando el hecho de que ya no había municiones.
                   --¡Mátalo! -vociferó Ben.
                   Y se dejó caer torpemente por el borde de la bañera. Tenía los vaqueros y los
                calzoncillos empapados, pegajosos de sangre. No sabía si su herida era grave o
                no. Después del primer escozor no había dolido mucho, pero tanta sangre lo
                asustaba.
                   Los ojos verdosos del hombre-lobo pasaron de uno a otro, llenos de
                incertidumbre y dolor. La sangre bajaba en hilos por la pechera de su chaqueta.
                   Bill Denbrough sonrió. Era un sonrisa suave, casi amorosa... pero no le tocaba
                los ojos.
                   --No debiste meterte con mi hermano -dijo-. Mándalo al infierno, Beverly.
                   Los ojos de la bestia perdieron la incertidumbre. Con gracia ágil y suave, giró en
                redondo y se zambulló en el desagüe. Al introducirse allí fue cambiando. La
                chaqueta de la secundaria se fundió en su pelaje y el color desapareció de ambos.
                La forma de su cráneo se alargó, como si estuviese hecho de cera y el material se
                ablandase, medio derretido. Su forma se alteraba. Por un instante, Ben creyó
                haber visto cómo era en realidad, y el corazón se le congeló en el pecho dejándolo
                jadeante.
                   --¡"Os voy a matar"! -rugió una voz desde el interior del desagüe. Era gruesa,
                salvaje, no humana-. ¡"Os voy a matar... Os voy a mata... Os voy a matar"...!
                   Las palabras se fueron alejando más y más, disminuyendo, borrándose,
                cobrando distancia. Por fin se unieron al ronroneo palpitante de la maquinaria de
                bombeo.
                   La casa pareció asentarse con un golpe sordo, seco y pesado. Pero no se
                estaba asentando. Ben comprendió que, de algún modo, se encogía, volviendo a
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