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--¿Adónde vamos? -preguntó Mike.
                   --A Los Barrens.
                   Beverly se acercó a ellos, sujetando los bordes de su blusa. Sus mejillas
                estaban muy rojas.
                   --¿Al club?
                   Bill asintió.
                   --¿Alguien puede dejarme su camisa? -preguntó ella, aún ruborizada.
                   Bill le echó un vistazo y la sangre le subió a la cara atropelladamente. Se
                apresuró a apartar la vista, pero en ese instante Ben sintió una oleada de certeza
                y horribles celos. Por ese único segundo, Bill había cobrado conciencia de ella de
                una manera que, hasta entonces, sólo el propio Ben había experimentado.
                   Los otros también habían mirado y apartado la cara. Richie tosió contra el dorso
                de la mano. Stan se puso rojo. Mike Hanlon retrocedió, como si lo asustase la
                curva de ese pecho blanco y pequeño, visible bajo la mano de la chica.
                   Beverly alzó la cabeza sacudiéndose el pelo enmarañado. Aún estaba
                ruborizada, pero su rostro era bellísimo.
                   --No puedo remediarlo: soy una chica -dijo-. Tampoco puedo remediarlo si estoy
                creciendo por arriba. Y ahora, por favor, ¿alguien me deja su camisa?
                   --Cla-claro -dijo Bill. Se quitó la camiseta blanca por la cabeza cubriendo el
                pecho angosto, las costillas visibles y los hombros quemados por el sol cubiertos
                de pecas-. T-t-t-toma.
                   --Gracias, Bill.
                   Por un cálido momento, los ojos de ambos se encontraron directamente. Bill no
                apartó la vista. Su mirada era firme, adulta.
                   --D-d-de nada -dijo.
                   "Buena suerte, Gran Bill", pensó Ben. Y apartó la cara. Le hacía sufrir en un
                lugar tan profundo que ni un vampiro, ni un hombre-lobo podrían alcanzarlo. De
                cualquier modo, existía algo llamado decoro. Si no conocía la palabra, tenía el
                concepto muy claro. Mirarlos cuando estaban mirándose así habría sido tan
                incorrecto como mirar los pechos de Beverly cuando soltara los bordes de la blusa
                para ponerse la camiseta de Bill. "Si así deben ser las cosas, de acuerdo. Pero
                nunca la amarás como yo. Nunca."
                   La camiseta de Bill le llegaba casi hasta las rodillas.
                   --V-vvamos -repitió Bill-. N-n-no sé qué pen-pensáis, p-p-pero pa-para m-m-mí,
                por ho-o-oy es b-b-bastan-bastante.
                   Todos coincidieron en eso.




                   11.

                   Se encontraban en la casita del club con la ventana y la trampilla abiertas.
                Adentro estaba fresco y en Los Barrens, ese día, reinaba un absoluto silencio.
                Estaban sentados, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Richie y Bev
                se pasaban un cigarrillo. Eddie se aplicó su inhalador. Mike estornudó varias
                veces y dijo que estaba a punto de pescar un resfriado.
                   --Es lo único que usted puede pescar, señorrr -repuso Richie, amistoso.
                   Y eso fue todo.
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