Page 614 - Microsoft Word - King, Stephen - IT _Eso_.DOC.doc
P. 614

existe un Consejo de Dirección. Son once consejeros. Uno de ellos es un escritor
                de setenta años que hace dos sufrió un ataque y que ahora suele necesitar ayuda
                hasta para encontrar su nombre en la agenda impresa de cada reunión (y que a
                veces se le ha visto sacar grandes mocos secos de su peluda nariz para ponerlos
                cuidadosamente en sus orejas como quien protege sus ahorros en una caja
                fuerte). Otra es una mujer ambiciosa que llegó de Nueva York con su marido, un
                médico; habla sin cesar en un quejoso monólogo sobre lo provinciana que es
                Derry, donde nadie comprende "La experiencia judía" Y donde hay que ir a Boston
                para comprar una falda presentable. La última vez que esa muñeca anoréxica me
                dirigió la palabra sin utilizar los servicios de un intermediario fue durante la fiesta
                que el consejo organizó por Navidad, hace un año y medio. Había consumido una
                buena cantidad de ginebra y me preguntó si alguien, en Derry, comprendía "La
                experiencia negra". Yo, que también había consumido una buena cantidad de
                ginebra, le respondí: "Vea, señora Gladry, los judíos pueden ser un gran misterio,
                pero a los negros se los entiende en todo el mundo." Se le atragantó la bebida y
                giró en redondo tan bruscamente que se le vieron las bragas, bajo la falda al vuelo
                (no resultó muy interesante: yo habría preferido que fuese Carole Danner). Así
                terminó mi última conversación informal con la señora Ruth Gladry. No perdí gran
                cosa.
                   Los otros miembros del consejo son descendientes de los potentados de la
                madera. El apoyo que prestan a la biblioteca es un acto de expiación heredado:
                ellos, que violaron los bosques, ahora cuidan de estos libros, tal como un libertino
                podría decidir, al llegar a la edad madura, mantener a los bastardos alegremente
                procreados en su juventud. Fueron los abuelos y los bisabuelos quienes abrieron
                de piernas los bosques, al norte de Derry y de Bangor, y forzaron a aquellas
                vírgenes de túnicas verdes con sus hachas y sus sierras. Cortaron, aserraron y
                desgarraron sin una sola mirada atrás. Perforaron el himen de esos grandes
                bosques cuando Grover Cleveland era presidente y ya habían terminado la obra
                cuando Woodrow Wilson sufrió su ataque. Estos rufianes adornados de encajes
                violaron los grandes bosques preñándolos de una camada de despreciables
                abetos. Transformaron a Derry, un soñoliento pueblecito de astilleros, en una
                pujante ciudad donde los destiladeros de ginebra nunca cerraban y las rameras
                utilizaban sus tretas toda la noche.
                   Un viejo de aquel entonces, Egbert Thoroughgood, que ya tiene noventa y tres
                años, me habló de la noche en que había follado a una prostituta barata en un
                camastro de Baker Street (que ya no existe; ahora se alzan edificios de clase
                media donde antes bullía y bramaba Baker Street).
                   --Sólo después de consumir mi fuerza en ella me di cuenta de que estaba
                tendida en un charco de esperma de casi un centímetro de espesor. La porquería
                parecía mermelada. "Pero, mujer -le dije-, ¿por qué no te cuidas un poco?" Ella
                miró hacia abajo y dijo: "Si quieres repetir, cambiaré la sábana. Tengo dos en el
                armario. Sé muy bien en qué estoy acostada hasta las nueve o las diez, pero para
                medianoche tengo el coño tan entumecido que no lo siento."
                   Así era Derry en los primeros veinte años de este siglo: todo progreso, copas y
                cama. El Penobscot y el Kenduskeag estaban llenos de troncos flotantes desde el
                deshielo de abril hasta las heladas de noviembre. El negocio empezó a mermar en
                los años veinte, cuando la Gran Guerra y las maderas duras dejaron de
   609   610   611   612   613   614   615   616   617   618   619