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exactitud cómo escapó al destino de los otros aquella noche de mayo. Podemos
suponer algunas cosas. Había pasado mucho tiempo librado a sus propios
recursos, por lo que sabía moverse con rapidez. Quizá había desarrollado el
instinto de algunos perros callejeros que los lleva a huir antes de que se presenten
problemas graves. Pero ¿por qué no llevó a Hartwell consigo? ¿O tal vez lo
llevaron a los bosques con el resto de los agitadores? Tal vez lo estaban
reservando para el final y consiguió escapar aun cuando los alaridos de Hartwell
(que debieron irse ahogando a medida que le metían los dedos de los pies en la
boca) asustaban a los pájaros en la oscuridad. No hay modo de saberlo con
seguridad, pero mi intuición se inclina por esto último.
Claude Heroux se convirtió en un fantasma. Aparecía en algún campamento de
leñadores, hacía cola ante la cocina con el resto de los obreros, recibía su plato de
potaje y, después de comerlo, desaparecía antes de que alguien descubriese que
no formaba parte del personal. Semanas después, aparecía en alguna cervecería
de Winterport hablando de sindicarse y jurando que se vengaría de quienes
habían asesinado a sus amigos. Los nombres que mencionaba con más
frecuencia eran los de Hamilton Tracker, William Mueller y Richard Bowie. Todos
ellos siguen viviendo en Derry. Hasta el día de hoy exhiben sus magníficas
mansiones en Broadway Oeste. Años más tarde, ellos y sus descendientes
incendiarían el Black Spot.
No cabe duda de que a muchos les habría gustado eliminar a Claude Heroux,
especialmente después de los incendios que se iniciaron en junio de ese año.
Pero aunque se le veía con frecuencia, era rápido y tenía un instinto animal del
peligro. Hasta donde he podido averiguar, nunca se cursó una orden de arresto
contra él y la policía jamás intervino. Quizá se tenía miedo de lo que el hombre
pudiese revelar si se le juzgaba por incendiario.
Fueran cuales fuesen los motivos, los bosques de Derry y Haven ardieron con
frecuencia todo ese verano. Desaparecieron niños, hubo más peleas y asesinatos
que de costumbre; un dosel de miedo, tan real como el humo que se olía desde
Up-Mile Hill, pendía sobre la ciudad.
Por fin llegaron las lluvias, el 1 de septiembre. Llovió durante toda una semana.
Se inundó el centro de Derry, lo que no era infrecuente, pero las grandes casas de
Broadway Oeste estaban a mayor altura y en algunas de ellas debieron oírse
suspiros de alivio. "Que ese "canuck" loco se esconda todo el invierno en los
bosques, si así lo quiere -debieron decirse-. Por este verano no puede hacer más
y lo pescaremos antes de que se sequen las raíces el próximo junio."
Y entonces llegó el 9 de septiembre. No puedo explicar lo que pasó.
Thoroughgood tampoco puede explicarlo. Hasta donde sé, nadie puede. Sólo me
es posible relatar los sucesos tal como ocurrieron.
El Dólar Soñoliento estaba repleto de leñadores que bebían cerveza. Fuera
había una noche neblinosa. El Kenduskeag estaba alto; llenando su canal de
ribera a ribera. Según Egbert Thoroughgood, "soplaba un viento otoñal, de esos
que te suben hasta el culo". Las calles eran pantanos. En una mesa de la
trastienda, un grupo jugaba a las cartas: eran hombres de William Mueller. Mueller
era copropietario del ferrocarril GS " WM, además de potentado de la madera:
poseía millones de hectáreas de excelentes árboles. Los hombres que jugaban al
póquer en el Dólar esa noche eran a veces leñadores, a veces matones de