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El mentón huesudo se hundía otra vez en el pecho. Iba a quedarse dormido allí
                mismo. En las comisuras de la boca, que tenía innumerables pliegues y arrugas,
                empezó a burbujearle la saliva.
                   --Le he visto otras veces -continuó-. A lo mejor se divirtió tanto aquella noche...
                que decidió quedarse.
                   --Sí. Hace mucho tiempo que está por aquí -confirmé.
                   Su única respuesta fue un ronquido débil. Se había quedado dormido en su silla,
                junto a la ventana, con los medicamentos alineados en el dintel de la ventana
                como soldados de la ancianidad esperando órdenes. Apagué la grabadora y me
                quedé un momento mirándolo: un extraño viajero del tiempo, de 1890, que
                recordaba una epoca sin coches, sin luz eléctrica, sin aviones, sin estado de
                Arizona. Pennywise había estado allí, guiándolos por la senda hacia otro alegre
                sacrificio. Aquél, en septiembre de 1905, inició un gran período de terror que
                incluyó la explosión de Pascua en la fundición Kitchener, al año siguiente.
                   Eso plantea algunas preguntas interesantes (Y, por lo que sé, de vital
                importancia). Por ejemplo: ¿qué come "Eso", en realidad? Sé que algunos niños
                han sido comidos en parte; al menos, presentan marcas de mordiscos. Pero tal
                vez somos nosotros los que lo impulsamos a hacerlo. A todos se nos ha
                enseñado, desde la más temprana infancia, que eso hacen los monstruos cuando
                nos sorprenden en lo profundo del bosque: comernos. Es, quizá, lo peor que
                podemos concebir. Pero en realidad es la fe lo que alimenta a los monstruos, ¿no?
                Me veo llevado irresistiblemente a esta conclusión: el alimento puede ser vida,
                pero la fuente del poder es la fe, no la comida. ¿Y quién más capaz de un acto de
                fe absoluta que un niño?
                   Pero aquí se presenta un problema: los niños crecen. En la iglesia, el poder se
                perpetúa y se renueva mediante periódicos actos rituales. En Derry, el poder
                también parece perpetuarse y renovarse mediante ritos periódicos. ¿Es posible
                que "Eso" se proteja a si mismo por el simple hecho de que, al convertirse los
                niños en adultos, se vuelvan incapaces de tener fe o queden tullidos por una
                especie de artritis espiritual o imaginativa?
                   Sí, creo que ahí está el secreto. Y si hago esas llamadas, ¿cuánto recordarán
                mis amigos? ¿Cuánto creerán? ¿Lo suficiente como para acabar de una vez con
                este horror, o sólo para venir a su muerte? Los están llamando: eso lo sé. Cada
                asesinato de este nuevo ciclo ha sido una llamada. Dos veces estuvimos a punto
                de matarlo y al final lo hicimos huir por su madriguera de túneles y moradas
                malolientes bajo la ciudad. Creo, sin embargo, que "Eso" conoce otro secreto:
                aunque quizá sea inmortal (o casi), nosotros no lo somos. Le bastaría con esperar
                a que el acto de fe que nos hizo potenciales matadores de monstruos, además de
                fuentes de poder, se hiciese imposible. Veintisiete años. Tal vez para "Eso" ha
                sido un período de sueño, tan breve y reparador como una siesta para nosotros. Y
                cuando "Eso" despierta, es igual que antes. Para nosotros, en cambio, ha pasado
                la tercera parte de nuestra vida. Nuestras perspectivas se han estrechado; nuestra
                fe en la magia, que hacía posible la magia, se ha perdido como el brillo en un par
                de zapatos nuevos después de un día de duras caminatas.
                   ¿Por qué nos llama? ¿Por qué no nos deja morir? Porque estuvimos a punto de
                matarlo, porque lo atemorizamos, según creo. Porque quiere venganza.
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