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ferrocarril y siempre folloneros. Dos de ellos, Tinker McCutcheon y Floyd
Calderwood, habían cumplido condenas en la cárcel. Con ellos estaban Lathrop
round (cuyo sobrenombre, tan oscuro como el de hotel Perro Flotante, era
Katook), David Stugley Grenier, y Eddie King, hombre de barba cuyas gafas eran
casi tan gruesas como su barriga.
Parece muy probable que algunos de ellos formasen parte del grupo que había
pasado los dos últimos meses buscando a Claude Heroux. Y parece igualmente
probable, aunque no hay pruebas, que estuviesen con la partida encargada de
acabar con Hartwell y Bickford, en mayo.
El bar estaba atestado, según dijo Thoroughgood. Había allí docenas de
hombres bebiendo cerveza y comiendo.
Se abrió la puerta y entró Claude Heroux con una enorme hacha de doble filo.
Se acercó al bar y se hizo sitio a fuerza de codazos. Egbert Thoroughgood, que
estaba de pie a su izquierda, dijo que olía a guisado de mofeta. El cantinero le
llevó una jarra de cerveza, dos huevos duros y un salero. Heroux pagó con un
billete de dos dólares y se guardó la vuelta (un dólar y ochenta y cinco centavos)
en los bolsillos de su chaqueta de leñador. Después de salar los huevos, los
comió. Saló también la cerveza, la bebió de un trago y soltó un eructo.
--Hay más espacio fuera que dentro, Claude -comentó Thoroughgood, como si
Heroux no hubiera sido buscado por todas las fuerzas de, Maine ese verano.
--Sí que es verdad -dijo Heroux con su acento "canuck".
Pidió otra jarra de cerveza, la bebió y volvió a eructar. La charla seguía en el bar.
Varias personas lo saludaron. Claude respondía con gestos de la cabeza y la
mano, pero no sonreía. Según Thoroughgood, parecía medio adormilado. En la
mesa de atrás, la partida de póquer proseguía. Katook estaba dando. Nadie se
molestó en decir a los jugadores que Claude Heroux estaba en el bar, aunque,
puesto que la mesa distaba seis metros del mostrador, donde más de una vez
resonó el nombre de Claude, es difícil comprender que hayan seguido jugando sin
prestar atención a esa presencia potencialmente asesina. Pero así fueron las
cosas.
Al terminar su segunda jarra de cerveza, Heroux se disculpó ante
Thoroughgood, recogió su hacha y se acercó a la mesa donde los hombres de
Mueller jugaban al póquer. Y entonces empezó a talar.
Floyd Calderwood acababa de servirse una copa de whisky barato y estaba
dejando la botella en la mesa cuando Heroux le amputó la mano a la altura de la
muñeca. Calderwood se miró la mano y gritó: aún sostenía la botella, pero sólo
estaba sujeta a tendones y venas que pendían. Por un momento, la mano
amputada apretó la botella con más fuerza; luego cayó en la mesa como una
araña muerta. la sangre brotaba a borbotones de la muñeca.
En el bar, alguien pidió más cerveza; otro preguntó al cantinero, que se llamaba
Jonesy, si aún se teñía el pelo.
--Nunca me lo he teñido -dijo Jonesy, que estaba muy orgulloso de su pelo.
--En la casa de Mamá Courtney, una puta me dijo que alrededor de la polla
tienes el pelo blanco como la nieve -le dijo el mismo tipo.
--Pues miente -replicó Jonesy.