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"castigaexhausto
                   elpostetoscoy
                   rectoeinsisteinfaustoque
                   havistoalosespectroscastigaexh"
                   La bola se trabó. La máquina emitió un chisporroteo y un fuerte eructo
                electrónico con todos los circuitos sobrecargados. En la estantería alta, el sector
                de libros de ocultismo cayó súbitamente desparramando por doquier a Edgar
                Cayce, Nostradamus, Charles Fort y la Apócrifa.
                   Bill sentía un poder exaltado. Apenas notó que tenía una erección y que todos
                los cabellos de su cabeza se erguían como electrizados. La sensación de fuerza,
                en el círculo cerrado, era increíble.
                   Todas las puertas de la biblioteca se cerraron al unísono.
                   El reloj de péndulo, tras el escritorio de recepción, dio una campanada. De
                pronto, aquello desapareció como si alguien hubiese cortado la corriente.
                   Dejaron caer las manos mirándose unos a otros, aturdidos. Nadie dijo nada. Al
                menguar aquella sensación de potencia, Bill experimentó un horrible
                presentimiento de fatalidad. Contempló las caras pálidas y tensas de sus
                compañeros; se miró las manos. Las tenía manchadas de sangre, pero las heridas
                que Stan Uris había abierto en agosto de 1958 con un trozo de botella habían
                vuelto a cerrarse dejando sólo unas líneas blancas, torcidas como cepas. Pensó:
                "Aquélla fue la última vez que estuvimos los siete juntos: el día en que Stan nos
                hizo estos cortes, en Los Barrens. Stan no está aquí; ha muerto. Y ésta es la
                última vez que los seis estaremos juntos. Lo sé, lo presiento."
                   Beverly se apretaba contra él, temblando. Bill la rodeó con un brazo. Todos lo
                miraban, con ojos enormes y brillantes en la penumbra. La mesa larga a la que se
                habían sentado, sembrada de botellas vacías, copas y ceniceros desbordantes,
                era un islote de luz.
                   --Basta ya -dijo Bill- con voz ronremos el baile de gala para otro día.
                   --Me he acordado -dijo Beverly. Levantó hacia Bill sus ojos enormes, sus mejillas
                pálidas y mojadas-. Me he acordado de todo. De cuando mi padre descubrió que
                jugaba con vosotros. De la huida. De Bowers, Criss y Huggins. De cómo corrí. El
                túnel, los pájaros... "Eso"... "Lo recuerdo todo"...
                   --Sí -dijo Richie-. Yo también.
                   Eddie asintió:
                   --La estación de bombeo...
                   --...y que Eddie... -dijo Bill.
                   --Id a acostaros -recomendó Mike-. Descansad un poco. Es tarde.
                   --Ven con nosotros, Mike -sugirió Beverly.
                   --No. Tengo que cerrar. Y debo anotar algunas cosas. La minuta de esta
                reunión, podríamos decir. No tardaré mucho. Adelantaos.
                   Avanzaron hacia la puerta sin decir nada. Bill y Beverly estaban juntos. Los
                seguían Eddie, Richie y Ben. Bill sostuvo la puerta para que ella pasara y ella le
                dio las gracias con un murmullo. Al verla salir a los amplios escalones de granito,
                Bill la vio muy joven, vulnerable... Cobró súbita, conciencia de que se estaba
                enamorando otra vez de ella. Trató de pensar en Audra, pero su mujer parecía
                algo muy remoto. En ese momento estaría durmiendo en la casa de Fleet,
                mientras salía el sol y el lechero iniciaba su ronda.
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