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Rodó sobre sí. Su padre caminaba hacia ella. Se deslizó sobre los fondillos del
vaquero, con el pelo en los ojos, para escapar.
-Sé que has estado allá abajo, me lo dijeron. No lo quise creer. No podía creer
que mi Bevvie anduviera por ahí con una pandilla de chicos. Pero esta mañana te
vi con mis propios ojos. Mi Bevvie con una pandilla de chicos. Doce años aún no
cumplidos y ya anda con una pandilla de chicos.
Esa última idea pareció provocarle una nueva cólera que tembló en él como una
corriente eléctrica.
--¡"Doce años no cumplidos"! -gritó, asestándole un puntapié en el muslo que la
hizo aullar. Cerró las mandíbulas sobre el hecho, el concepto, lo que fuera, como
el perro hambriento cierra los dientes sobre un trozo de carne-. ¡Doce años no
cumplidos! ¡"Doce años no cumplidos"!
Pateó otra vez. Beverly escapó a rastras. Por entonces habían llegado a la zona
de la cocina y su zapatón dio contra los armarios haciendo tintinear las cacerolas.
--No huyas de mí, Bevvie -dijo-. No te conviene. Será peor para ti. Créeme. Cree
a tu padre. Esto es grave. Eso de andar con varones, dejar que te hagan sabe
Dios qué, con doce años no cumplidos, eso sí que es grave, Dios lo sabe.
La sujetó con fuerza y la levantó de un tirón.
--Eres una niña bonita. Y hay muchos gamberros dispuestos a propasarse con
una niña bonita. Y muchas niñas bonitas dispuestas a dejarse hacer. ¿Ya te has
revolcado con esos chicos, Bevvie?
Por fin ella comprendió lo que "Eso" había puesto en la cabeza de su padre...
pero parte de ella sabía que la idea había estado allí desde un principio. Eso no
hacía sino utilizar las herramientas disponibles.
--No, papá; no, papá...
--¡Te he visto fumar! -aulló él.
Esa vez le pegó con la palma de la mano, con tanta fuerza que la envió
tambaleándose hacia atrás, hasta la mesa de la cocina. Allí quedó espatarrada,
con un dolor quemante en la parte baja de la espalda. El salero y el pimentero
cayeron al suelo. El pimentero se rompió. Ante los ojos de Beverly se abrieron
flores negras que desaparecieron luego. Los sonidos se oían demasiado graves.
Vio la cara de su padre. Algo en su cara. Le estaba mirando el pecho. Y ella
notó, de pronto, que se le había desabotonado la blusa y que no tenía puesto su
único sostén. Su mente volvió a desviarse hacia la casa de Neibolt, donde Bill le
había dado su camiseta. Allá, las miradas ocasionales y furtivas de los chicos no
le habían molestado porque parecían naturales. Y la mirada de Bill había sido más
que natural: cálida y deseada, aunque profundamente peligrosa.
Ahora, a su terror se mezcló la culpa. ¿Y si su padre no se equivocaba tanto?
¿Acaso no se había
("revolcado con ellos")
permitido malos pensamientos? ¿No había pensado en lo que él decía, fuese lo
que fuese?
"¡No es igual! ¡No es igual que el modo en que
("revolcándose")
él me está mirando ahora! ¡No es igual!"
Se abrochó la blusa.
--¿Bevvie?