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después en un accidente de motocicleta, vio en la cara del señor Marsh algo
terrible e inhumano. Tuvo pesadillas durante tres semanas; veía al señor Marsh
convertido en araña dentro de su ropa.
Beverly corría. Tenía perfecta conciencia de estar corriendo para salvar la vida.
En Derry, a veces, la gente hacía cosas raras; no le hacía falta leer los periódicos
ni conocer la peculiar historia de la ciudad para entender eso. Si su padre la
atrapaba, no le importaría que estuvieran en la calle. Era capaz de estrangularla,
de golpearla con el puño o con el pie. Y cuando todo hubiese terminado, alguien
arrestaría a su padre para encerrarlo en una celda donde quedaría -como el
padrastro de Eddie Corcoran, aturdido y sin comprender nada.
Corrió hacia el centro cruzándose cada vez con más gente. Todos los miraban
con sorpresa, pero nada más. Después de una mirada, cada cual seguía su
camino.
El aire que circulaba en los pulmones de Beverly se, volvía denso.
Cruzó el canal, mientras los coches atronaban sobre las grandes lajas de
madera, en el puente, a su derecha. A la izquierda se veía el semicírculo de piedra
donde el canal se hacía subterráneo para pasar por debajo del centro. Se desvió
súbitamente hacia Main Street, sin prestar atención a los bocinazos ni al chirriar de
frenos. Giró hacia la derecha porque en esa dirección estaban Los Barrens. Aún
faltaba casi un kilómetro y medio; si quería llegar, tendría que ganar distancia a su
padre en la difícil cuesta de Up-Mile Hill o en las calles laterales aún más
empinadas. Pero no había otra cosa.
--"Vuelve aquí, putilla, te lo advierto".
Al llegar a la acera de enfrente volvió a mirar atrás. El padre cruzaba la calle
prestando al tránsito tan poca atención como ella, con la cara roja y sudorosa.
Se desvió por un callejón abierto tras los depósitos, en la parte trasera de los
edificios que daban a Up-Mile Hill: Frigoríficos Star, Carnes Envasadas Armour,
Depósitos Hemphill, Carnes Eagle y Comidas Kosher. La callejuela era estrecha y
estaba adoquinada. La cerraban aún más los cubos malolientes de basura. Los
adoquines estaban resbalosos por obra de Dios sabía qué desechos. Allí había
una mezcla de olores, blandos o penetrantes, a veces titánicos... pero todos
hablaban de carnes y matanzas. Las moscas formaban nubes zumbantes. En uno
de los edificios sonaba el escalofriante gemir de los serruchos para hueso. Los
pies de la chica vacilaban en los adoquines. Golpeó con la cadera un recipiente
galvanizado; un montón de tripas, envueltas en periódicos, asomó como un
manojo de grandes capullos carnívoros.
--"Vuelve aquí, maldición, Bevvie, no empeores las cosas".
Dos hombres descansaban en la puerta de descarga de Kirsliner, masticando
bocadillos con las cajas del almuerzo abiertas y a mano.
--Triste situación, chiquilla -dijo uno de ellos-. Me parece que vas a terminar con
tu padre en la leñera.
Los otros se echaron a reír.
Él la estaba alcanzado. Ya se oían sus pasos resonantes y su pesada
respiración. A la derecha, el ala negra de su sombra voló sobre la empalizada.
De pronto, con un chillido de furia y sorpresa, Al resbaló y cayó sordamente en
el adoquinado. Se levantó un momento después. Ya no aullaba; no hacía sino