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Cuando la mesa estuvo limpia, fue a la hemeroteca para recoger las revistas
                esparcidas. Mientras realizaba esas simples tareas, su mente revisó los relatos
                que habían contado, concentrándose, tal vez, en lo que no había sido dicho. Ellos
                creían haberlo recordado todo; probablemente en el caso de Bill y de Beverly era
                casi cierto. Pero había más. Les volvería a la memoria... si se les concedía tiempo.
                En 1958 no había tenido oportudad de prepararse. Aunque hablaban
                interminablemente (las charlas sólo habían sido interrumpidas por la batalla a
                pedradas, y el único acto de heroísmo grupal en Neibolt Street), tal vez se habrían
                reducido a eso, a fin de cuentas. Hasta aquel 14 de agosto en que Henry y sus
                amigos los habían perseguido, obligándolos a entrar en las cloacas.
                   "Quizá debía habérselo dicho", pensó, mientras ponía en su sitio la última
                revista. Pero algo se oponía fuertemente a la idea; la voz de la Tortuga, quizá. Tal
                vez eso era parte del asunto; tal vez, también esa sensación de circularidad. Quizá
                ese último acto iba a repetirse de algún modo actualizado. Él tenía linternas y
                cascos de mineros guardados para usar al día siguiente; había conseguido los
                planos de las cloacas y los sistemas de drenaje que había en el mismo armario.
                Sin embargo, a los once años, todas las discusiones y todos los planes habían
                quedado en la nada. Al final, simplemente se habían visto perseguidos hasta las
                cloacas, arrojados a la confrontación siguiente. ¿Ocurriría otra vez lo mismo? Mike
                había llegado a creer que la, fe y el poder eran intercambiables. ¿Y si la verdad
                última era aún más simple? ¿Y si no había acto de fe posible hasta que uno se
                veía rudamente arrojado al aullante medio de las cosas, como un recién nacido
                que saliera disparado del vientre materno sin paracaídas? Una vez iniciada la
                caída, uno se veía obligado a creer en el paracaídas, en la existencia, ¿no? Y tirar
                de la argolla durante la caída se convertía en la declaración final sobre el tema, de
                un modo u otro.
                   "Por Dios, si es Fulton Sheen con la cara negra", pensó Mike, sonriendo.
                   Mike limpiaba, ordenaba y pensaba, mientras otra parte de su cerebro esperaba
                que, al terminar, el cansancio le obligara a dormir por unas horas. Pero cuando
                terminó, se encontró más despierto que nunca. Entonces fue a la única sección
                cerrada, detrás de su despacho, y abrió la puerta de alambre tejido con una llave
                de su llavero. Esa sección, supuestamente a prueba de fuego cuando la puerta
                estaba cerrada, contenía los libros valiosos de la biblioteca: ediciones incunables,
                libros firmados por escritores ya fallecidos, asuntos históricos relacionados con la
                ciudad y documentos personales de los pocos escritores que habían vivido y
                trabajado en Derry. Si todo aquello terminaba bien. Mike tenía la esperanza de
                convencer a Bill de que donara sus manuscritos a la Biblioteca Pública de Derry.
                Mientras caminaba por el tercer pasillo del sector, sintiendo el familiar olor a polvo
                y a papel viejo pensó: "Cuando muera, creo que me iré con un carnet de biblioteca
                en una mano y un sello de "Plazo vencido" en la otra. Bueno, hay cosas peores."
                   Se detuvo en medio de ese tercer pasillo. Allí estaba su cuaderno de apuntes, el
                que contenía los relatos de Derry y sus propias cavilaciones; estaba escondido
                entre "El antiguo municipio de derry", de Fricke, y la "Historia de Derry", de
                Michaud. Nadie lo encontraría por casualidad.
                   Mike lo sacó y volvió a la mesa que habían utilizado para la reunión,
                deteniéndose para apagar las luces del sector cerrado y echar llave a la puerta. Se
                sentó a hojear las páginas escritas. ¡Qué extraña mezcla eran! En parte historia,
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