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Mike dio un paso de lado y estiró un pie. Henry, al tropezar, resbaló por los
                mosaicos gastados como una patineta. Dio de cabeza contra la pata de la mesa
                que habían utilizado los Perdedores un rato antes. Por un momento quedó
                aturdido. La navaja pendía en su mano floja.
                   Mike fue tras él, buscando la navaja. En ese momento habría podido acabar con
                Henry clavándole el abrecartas de "Jesús redime" en el cuello, por detrás.
                Después llamaría a la policía. Habría alboroto policial, pero no demasiado. Estaba
                en Derry, donde esos sucesos extraños y violentos no eran del todo
                excepcionales.
                   Lo que le impidió obrar así fue comprender, demasiado súbitamente como para
                que fuera una idea consciente, que si mataba a Henry estaría trabajando para
                "Eso", tal como Henry trabajaría para "Eso" al matar a Mike. Y otra cosa: la otra
                expresión de Henry, la cansada y aturdida del chico maltratado que ha sido puesto
                en un sendero ponzonoso con un propósito desconocido. Henry había crecido
                dentro del radio contaminado de Butch Bowers; sin duda había pertenecido a
                "Eso" aun antes de intuir su existencia.
                   Por lo tanto, en vez de clavar el abrecartas en el vulnerable cuello de Henry, se
                dejó caer de rodillas para arrebatarle la navaja. El objeto cambió de posición en su
                mano, como por voluntad propia, y sus dedos se cerraron sobre la hoja. No hubo
                un dolor inmediato; sólo la sangre fluyendo por entre los dedos de la mano
                derecha, hacia la palma marcada.
                   Se echó -hacia atrás. Henry rodó sobre sí y volvió a tomar la navaja. Mike se
                puso de rodillas y los dos se enfrentaron, sangrando: Mike, por los dedos; Henry,
                por la nariz. El enajenado sacudió la cabeza y las gotas rojas volaron en la
                oscuridad.
                   --¡Os creíais muy listos! -gritó ásperamente-. ¡No erais más que un montón de
                maricas! ¡En una pelea limpia podríamos haberos vencido!
                   --Deja la navaja, Henry -dijo Mike, en voz baja-. Voy a llamar a la policía.
                Vendrán a buscarte y te llevarán otra vez a Juniper Hill. Estarás a salvo, fuera de
                Derry.
                   Henry trató de hablar y no pudo. No podía decir a ese negro que no estaría a
                salvo en Juniper Hill, ni en Los Angeles ni en las selvas de Tombuctú. Tarde o
                temprano saldría la luna, blanca como un hueso, fría como la nieve, y las voces
                fantasmales volverían a empezar y la cara de la luna se convertiría en la cara de
                "Eso", balbuceando, riendo, dando órdenes. Tragó sangre espesa.
                   --¡Vosotros nunca peleasteis limpio!
                   --¿Y tú?
                   --¡Malditonegropiojosotizóndelinfienomonoasqueroso! -aulló Henry.
                   Y se precipitó otra vez contra él.
                   Mike se echó hacia atrás para esquivar ese ataque torpe y mal equilibrado, y
                cayó de espaldas. Henry volvió a golpearse contra la mesa, pero giró en redondo y
                sujetó a Mike por el brazo. El bibliotecario movió el brazo con el abrecartas y sintió
                que entraba profundamente en el brazo de Henry. El enajenado aulló, pero en vez
                de soltarlo apretó la mano con más fuerza. Se arrastró hacia mike, con el pelo
                sobre los ojos, sangrando por la nariz rota.
                   Mike trató de apartarlo, pero Henry dibujó un arco centelleante con su navaja.
                Los quince centímetros penetraron en el muslo de Mike. Entraron sin esfuerzo,
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