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como en una tarta caliente. Henry extrajo la hoja, chorreante, y Mike, con un
                alarido de dolor y esfuerzo, lo apartó de un empujón.
                   Trató de levantarse, pero Henry fue más rápido. Apenas logró evitar su próximo
                ataque. Sentía que la sangre le corría por la pierna en un torrente alarmante.
                "Creo que me dio en la arteria femoral. Dios, estoy malherido. Hay sangre por
                todas partes. Los zapatos se estropearán, maldición, los compré hace apenas dos
                meses..."
                   Henry llegó otra vez, jadeando y bufando. Mike se apartó a tropezones y dirigió
                hacia él el abrecartas. Desgarró la camisa raída y abrió un profundo corte en sus
                costillas. Henry gruñó, mientras Mike volvía a empujarlo.
                   --¡Negro sucio! -gimió-. ¡Tramposo! ¡Mira lo que has hecho!
                   --Suelta -el cuchillo, Henry -dijo Mike.
                   Detrás de ellos se oyó una risita disimulada. Henry se volvió a mirar... y lanzó un
                alarido de terror absoluto, llevándose las manos a las mejillas. Los ojos de Mike se
                desviaron hacia el escritorio vecino.
                   Se oyó un ruido agudo, vibrante, ¡"ka-apanggg"!, y la cabeza de Stan Uris surgió
                desde atrás del escritorio. Un resorte se hundía en su cuello chorreante. Tenía la
                cara lívida de pintura y una mancha roja en cada mejilla. Allí donde habían estado
                los ojos florecían dos grandes pompones naranja. Ese grotesco Stan-de-caja-
                sorpresa se balanceaba en la punta del resorte, como uno de los gigantescos
                girasoles de Neibolt Street. Abrió la boca y una voz chillona empezó a entonar:
                   --¡Mátalo, Henry! ¡Mata al negro piojoso, mata al tizón del infierno, mátalo,
                mátalo, "mátalo"!
                   Mike giró hacia Henry, espantosamente enterado de que había caído en una
                trampa. Se preguntó, vagamente, qué cabeza vería Henry en el extremo de ese
                resorte. ¿La de Stan, la de Victor Criss, la de su padre, tal vez?
                   Con un chillido, Henry se arrojó contra él, moviendo la navaja arriba y abajo,
                cómo si fuera la aguja de una máquina de coser.
                   --¡"Gaaaah, negro"! -gritaba-. ¡"Gaaaah, negro"!
                   Mike retrocedió. La pierna que Henry había apuñalado le flaqueó, arrojándolo al
                suelo. Apenas la sentía. Estaba fría y lejana. Al mirar abajo, vio que los pantalones
                claros estaban completamente rojos.
                   Mike empujó su abrecartas "Jesús redime" en el momento en que Henry se
                volvía para otro ataque. El enajenado se ensartó en él como insecto en un alfiler.
                Su sangre caliente bañó la mano de Mike. Se oyó un ruido seco. Cuando el
                bibliotecario retiró la mano, sólo tenía en ella el mango del abrecartas. El resto
                estaba clavado en el estómago de Henry.
                   --¡"Gaaah, negro"! -vociferó Henry, cogiendo con una mano el extremo de la
                hoja. La sangre le escurría entre los dedos. La miró con ojos dilatados, incrédulos.
                   La cabeza insertada en el resorte chillaba y reía. Mike, ya descompuesto y
                mareado, volvió a mirarla y vio que era la de Belch Huggins; parecía un corcho de
                champán humano, con una gorra de béisbol con visera hacia atrás. Soltó un fuerte
                gruñido y el ruido sonó lejano, lleno de ecos. Notó que estaba sentado en un
                charco de sangre caliente. "Si no me hago un torniquete en la pierna moriré."
                   --¡"Gaaaah"! ¡"Neeegrooo"!
                   Con una mano en el vientre sangrante y la navaja en la otra, Henry Bowers se
                apartó de Mike, tambaleante y avanzó hacia las puertas de la biblioteca.
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