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derecha. El reloj de péndulo, donado por Horst Mueller en 1923, marcó solemnes
                segundos en el suave estanque del silencio.
                   --De la luna -dijo Henry. Se llevó una mano al bolsillo-. Vienen de la luna.
                Muchas voces. -Hizo una pausa y frunció ligeramente el entrecejo, sacudiendo la
                cabeza-. Son muchas, pero en realidad una sola. La voz de "Eso".
                   --¿Viste a Eso, Henry?
                   --Sí -dijo Henry-. Frankenstein. Le arrancó la cabeza a Victor. Provocó mucho
                ruido. Parecía una cremallera gigantesca. Después fue en busca de Belch. Belch
                le hizo frente.
                   --¿Sí?
                   --Sí. Por eso conseguí escapar.
                   --Dejaste que lo matara.
                   --¡Qué dices! -Las mejillas de Henry se encendieron. Dio dos pasos adelante.
                Cuanto más se alejaba del cordón umbilical que conectaba la biblioteca de los
                adultos con la de los niños, más joven parecía. Mike vio en su cara la antigua
                perversidad, pero también algo más: al niño criado por Butch Bowers, el loco, en
                una buena granja arruinada con el correr de los años-. ¡Me habría matado a mí
                también!
                   --A nosotros no nos mató.
                   Los ojos de Henry centellearon de rancio humor.
                   --Todavía no. Pero ya os matará. A menos que yo os mate antes.
                   Sacó la mano del bolsillo. -En ella tenía una navaja de veinte centímetros con
                incrustaciones de falso marfil en los lados. Un pequeño botón cromado
                centelleaba en un extremo de esa dudosa obra de arte. Henry lo pulsó. De la
                ranura saltó una hoja de acero de quince centímetros. Él la, hizo bailar en su mano
                y caminó hacia el escritorio, algo más deprisa.
                   --Mira lo que encontré -dijo-. Sabía dónde buscar. -Un ojo enrojecido, obsceno,
                le hizo un guiño-. Me lo dijo el hombre de la luna. -Henry volvió a enseñar los
                dientes-. Hoy estuve escondido. Por la noche hice autostop. Un viejo me recogió.
                Le pegué. Creo que lo maté. Arrojé el coche a la zanja, en Newport. Cuando
                estaba en los límites de Derry, oí esa voz. Miré en una alcantarilla y encontré esta
                ropa. Y la navaja. Mi navaja.
                   --Te estás olvidando de algo, Henry.
                   El enajenado, sonriente, se limitó a sacudir la cabeza.
                   --Nosotros escapamos y tú también escapaste. Si "Eso" nos busca a nosotros,
                también te busca a ti.
                   --No.
                   --Yo creo que sí. Tal vez vosotros hicisteis el trabajo de "Eso", pero "Eso" no
                suele hacer favoritismos, ¿verdad? Mató a tus dos amigos y mientras Belch
                luchaba, tú escapaste. Pero ahora has vuelto. Creo que eres parte de su plan sin
                terminar, Henry. De veras.
                   --¡No!
                   --Tal vez verás a Frankenstein. ¿O al hombre-lobo? ¿Un vampiro? ¿El payaso?
                O si no, Henry... quizá veas cómo es en realidad. Nosotros lo vimos. ¿Quieres que
                te lo cuente? ¿Quieres que...?
                   --¡Cállate! -vociferó Henry, arrojándose contra él.
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