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barquito de plástico azul y su jabón Popeye. El padre, tan grande, tan querido,
                estaba de rodillas a su lado vestido con camiseta y pantalones grises; tenía una
                esponja en una mano y un vaso de refresco de naranja en la otra, la enjabonaba,
                diciendo: "A ver esas orejas, Bevvie, que mamá necesita patatas para la cena." Y
                Beverly oyó reír a su pequeño yo, que miraba aquella cara algo encanecida como
                si fuese eterna.
                   --No... no voy a mentir, papá -dijo-. ¿Qué pasa?
                   La imagen de su padre se iba deshaciendo poco a poco, por obra de las
                lágrimas.
                   --¿Estuviste en Los Barrens con una pandilla de chicos?
                   El corazón de la chica dio un brinco; sus ojos bajaron otra vez a los zapatones
                embarrados. Ese lodo negro, pegajoso. Si lo pisabas con fuerza, era capaz de
                arrancarte la zapatilla o el mocasín. Y tanto Richie como Bill estaban convencidos
                de que era una ciénaga.
                   --A veces juego allá c...
                   ¡"Wac"! La mano, cubierta de duros callos, bajando otra vez. Ella gritó, dolorida,
                asustada. Su expresión la asustaba. Eso de que no la mirara la asustaba también.
                Algo malo le estaba pasando. ¿Y si la mataba? ¿Y si
                   ("oh basta, Beverly, es tu %padre% Y los padres no matan a sus hijas")
                   perdía el control, qué...?
                   --¿Qué les dejaste que te hicieran?
                   --¿Cómo? ¿Qué...? -No tenía idea. de lo que su padre quería decir.
                   --Quítate los pantalones.
                   La confusión de Beverly iba en aumento. Sus palabras parecían absurdas. Y
                tratar de comprender le ponía enferma.
                   --¿Qué... por qué?
                   La mano se levantó. Ella se echó hacia atrás.
                   --Quítatelos, Bevvie. Quiero ver si estás intacta.
                   Apareció una imagen nueva, más descabellada que las anteriores; se vio a sí
                misma sacándose los vaqueros; una de sus piernas salía junto con ellos. El padre
                la castigaba con el cinturón, mientras ella trataba de escapar saltando sobre su
                única pierna. "¡Ya sabía que no estaba intacta! -gritaba el padre-. ¡Lo sabía, lo
                sabía!"
                   --Papá, no sé qué...
                   La mano bajó, pero esa vez no para darle una bofetada sino para sujetarla. Le
                aferró el hombro con furia. Ella gritó. El padre la levantó de un tirón y, por primera
                vez, la miró directamente a los ojos. Beverly volvió a gritar a causa de lo que se
                veía en esas pupilas: "nada". Su padre había desaparecido. Y Beverly
                comprendió, de pronto, que estaba sola con "Eso" en el apartamento. sola con
                "Eso" en esa pesada mañana de agosto. No experimentaba esa densa sensación
                de poder y malignidad no disimulada que había percibido en Neibolt Street diez
                días atrás ("Eso" estaba diluido por la humanidad esencial de su padre), pero allí
                estaba, obrando por medio dé él.
                   La arrojó a un lado. Ella cayó sobre la mesita de café, pasó por encima y acabó
                despatarrada en el suelo, gritando.
                   "Así es como ocurre todo -pensó-. Se lo diré Bill para que lo comprenda. "Eso"
                está por todas partes, en Derry. Se limita... se limita a llenar los lugares vacíos."
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