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"Poder, poder", pensó Ben, mirando a Beverly. Ya no era incorrecto: sus ojos se
habían encontrado otra vez con los de Bill y ambos se miraban como si estuviesen
perdidos. Fue sólo por un instante, pero a Ben se le hizo muy largo.
"Todo se reduce siempre al poder. Yo amo a Beverly Marsh; por eso ella tiene
poder sobre mí. Ella ama a Bill Denbrough, y entonces él tiene poder sobre ella.
Pero creo... que él está empezando a amarla. Tal vez fue a causa de la cara de
Bev cuando dijo que no podía remediar el ser chica. Tal vez fue por verle el pecho.
Tal vez sólo por lo bonita que se ve cuando la luz le da de perfil, o por sus ojos, No
importa. Pero si él se enamora, Beverly tendrá poder sobre él. Superman tiene
poder, excepto cuando hay criptonita alrededor. Batman tiene poder, aunque no
pueda volar ni ver a través de las paredes. Mi madre tiene poder sobre mí, y su
jefe sobre ella. Todo el mundo tiene algo de poder... salvo, tal vez, los bebés y los
niños."
Después pensó que hasta los bebés y los niños tenían poder, porque podían
llorar hasta que uno hiciera algo para calmarlos.
--¿Ben? -preguntó Beverly-. ¿Te han comido la lengua los ratones?
--¿Eh? No. Estaba pensando en el poder. El poder de los balines.
Bill lo miró.
--Me preguntaba de dónde salió ese poder -completó Ben.
--D-d-de... -comenzó Bill.
Pero cerró la boca. Esbozó una expresión pensativa.
--Bueno, tengo que marcharme -dijo Beverly-. Ya nos veremos.
--Por supuesto -dijo Stan-. Ven mañana sin falta. Vamos a romperle a Eddie el
otro brazo.
Todos rieron. Eddie fingió arrojar su inhalador contra el bromista.
--Bueno, hasta mañana -dijo Beverly.
Y se impulsó para salir del agujero.
Al mirar a Bill, Ben notó que no reía. Aún tenía la misma expresión pensativa y el
gordo comprendió que estaba absorto. Sabía también en qué pensaba su amigo.
Él también pensaría mucho en eso, en los días venideros. No constantemente,
pues había ropa que poner a secar por cuenta de su madre, juegos en Los
Barrens y, durante un período lluvioso, en los cuatro primeros días de agosto, los
siete se dedicarían a jugar al parchís en la casa de Richie Tozier. Su madre le
anunciaría que Pat Nixon, en su opinión, era la mujer más bonita de Norteamérica,
y quedaría horrorizada cuando Ben optara por Marilyn Monroe (exceptuando el
pelo, le encontraba parecido con Bev). Tendría tiempo para comer todos los
frankfurts y las golosinas que le cayeran a mano y para sentarse en el porche
trasero a leer "Lucky Starr y las lunas de Mercurio". Tendría tiempo, para todas
esas cosas mientras cicatrizaba la herida de su vientre y empezaba a escocer.
Porque la vida, a los once años, continuaba siempre. Y a los once años, aunque
fueses inteligente y capaz, no había mucho sentido de la perspectiva. Ben podría
vivir con lo ocurrido en la casa de Neibolt Street. Después de todo, el mundo
estaba lleno de maravillas.
Pero había momentos extraños en que sacaba a relucir las preguntas y volvía a
examinarlas. "El poder de la plata, el poder de los balines, ¿de dónde viene un
poder así? ¿De dónde viene el poder, cualquiera sea? ¿Cómo se consigue?
¿Cómo se utiliza?"