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El sol caía por la sucia ventana del extremo con un peso febril.
                   Beverly levantó el Bullseye como si estuviese dormida, mientras el grito se hacía
                más alto, más alto...
                   Pero antes de que ella pudiese tensar la honda, Mike gritó:
                   --¡No! ¡No! ¡No tires, Bev! Jolín, cómo no me di cuenta...
                   Increíblemente, Mike estaba riendo. Se adelantó para abrir la puerta de un fuerte
                empujón. La madera se desprendió de la jamba hinchada con un ruido chirriante.
                   --¡Es un silbador! ¡Un simple silbador para espantar a los cuervos!
                   La habitación estaba vacía. En el suelo había una lata con ambos extremos
                cortados. En el medio tenía un trozo de cordel encerado, bien tenso y anudado
                contra los agujeros perforados en la lata. Aunque en la habitación no había brisa
                alguna (la única ventana estaba cerrada y cubierta con tablas puestas al azar, por
                donde pasaban ranuras de luz) no cabía duda de que el zumbido provenía de la
                lata.
                   Mike se acercó a ella y le soltó una patada. El zumbido cesó de inmediato
                mientras la lata iba a parar a un rincón.
                   --Sólo un silbador para alejar a los cuervos -explicó a los otros, como
                excusándose-. No es nada. Sólo un truco barato. Pero yo no soy un cuervo. -Miró
                a Bill, aún sonriente-. Todavía tengo miedo a "Eso", creo que a todos nos da
                miedo. Pero "Eso" también nos teme a nosotros. Sabes, creo que "Eso" está muy
                asustado.
                   Bill asintió.
                   --Pi-pi-pienso lo mmmmismo.
                   Se acercaron a la última puerta del pasillo. Bill pasó el dedo por el agujero donde
                hubiese debido estar el picaporte. En ese momento, Ben comprendió que allí
                terminaría todo; detrás de esa puerta no había triquiñuelas. El olor era más
                potente y también la mareante sensación de dos fuerzas opuestas que se
                arremolinan en torno a ellos. Echó un vistazo a Eddie, que tenía un brazo en
                cabestrillo y la mano sana ocupada con el inhalador. Miró a Bev, que estaba al
                otro lado, muy pálida, sujetando el tirachinas en alto como si fuese un hueso de la
                suerte. Pensó: "Sí tenemos que huir trataré de protegerte, Beverly, lo juro."
                   Ella debió de captar su pensamiento, porque giró hacia él y esbozó una sonrisa
                tensa. Ben se la devolvió.
                   Bill empujó la puerta. Los goznes pronunciaron un grito sordo y quedaron en
                silencio. Era un retrete... pero allí había algo raro. "¿Qué han roto aquí adentro? -
                fue cuanto Ben pudo pensar al principio-. Esto no fue una botella de vino."
                   Había fragmentos blancos sembrados por doquier. Por fin, Ben lo comprendió.
                Era la demencia que lo coronaba todo. Se echó a reír, y Richie le imitó.
                   --Alguien se tiró aquí la madre de todas las pedorretas -dijo Eddie.
                   Mike rió asintiendo con la cabeza. Stan sonreía. Sólo Bill y Beverly permanecían
                muy serios.
                   Los trocitos blancos sembrados por toda la habitación eran fragmentos de
                porcelana: el inodoro había estallado. El depósito, como borracho, se erguía en un
                charco de agua salvado de la caída por el hecho de que el artefacto estaba en un
                rincón y la pared lo había frenado.
                   Todos se aglutinaron detrás de Bill y Beverly haciendo chirriar bajo los pies los
                trocitos de porcelana. "Fuera lo que fuese -pensó Ben-, envió a ese pobre inodoro
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