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de acuerdo con los Perdedores: el rock and roll era bueno. Tengo una polla en el
granero, qué granero, cuál granero, mi granero. Entonces todo estaría bien. Todo
estaría bien y cualquier cosa que ocurriese después no importaría. La voz se
encargaría de todo; él lo presentía. Si uno cuidaba de "Eso", "Eso" cuidaba de
uno. Así habían sido siempre las cosas en Derry.
Pero había que acabar con esos niñatos, acabar pronto, ese mismo día. Así se
lo había dicho la voz.
Henry sacó del bolsillo la navaja nueva, la admiró, la hizo girar de un lado a otro
apreciando los guiños del sol sobre la superficie cromada. Entonces Belch lo tomó
del brazo, siseando:
--Mira eso, Henry. ¡Por todos los diablos! ¡Mira eso!
Henry miró y sintió que la clara luz del entendimiento estallaba sobre él: una
sección cuadrada del suelo se estaba levantando como por arte de magia dejando
al descubierto un hueco de sombras bajo ella. Por un momento sintió una
sacudida de terror al pensar que allí podría estar el dueño de la voz... porque
estaba seguro de que "Eso" vivía debajo de la ciudad. Entonces oyó el chirriar de
la tierra en las bisagras y lo comprendió. Si no habían podido descubrir la casa del
árbol era porque no existía.
--Por Dios, estuvimos encima de ellos -gruñó Victor.
En cuanto apareció la cabeza de Ben en la escotilla cuadrada, en el centro del
claro, Victor hizo ademán de lanzarse a la carga. Henry lo sujetó.
--¿No los vamos a coger, Henry? -preguntó Victor, mientras Ben salía.
--Los cogeremos -aseguró Henry, sin apartar los ojos de aquel odioso gordo.
Otro que pateaba las pelotas. "Te voy a patear las pelotas tan arriba que vas a
usarlas de pendientes, maldito gordo. Ya verás"-. No te preocupes.
El gordo estaba ayudando a la putilla a salir del agujero. Ella miró alrededor y,
por un momento Henry tuvo la impresión de que le estaba mirando a los ojos. Pero
su vista pasó de largo. Los dos hablaron en murmullos y luego se abrieron paso
por la densa maleza. En un segundo habían desaparecido.
--Vamos -dijo Henry cuando el ruido de la maleza se redujo hasta hacerse casi
inaudible-. Los seguiremos. Pero a distancia y en silencio. Quiero atraparlos a
todos juntos.
Los tres cruzaron el claro, como soldados de patrulla, caminando agachados y
mirando hacia todas partes. Belch se detuvo a observar la casita subterránea y
sacudió la cabeza, admirado.
--Pero si estuve sentado encima de ellos -comentó.
Henry le hizo señas de que lo siguiera, impaciente.
Tomaron por el sendero, porque así harían menos ruido. Estaban a medio
camino hacia Kansas Street cuando la pequeña zorra y el gordo, de la mano ("Oh,
qué bonito", se burló Henry) emergieron casi directamente frente a ellos.
Por suerte estaban de espaldas al grupo de Henry y ninguno de los dos se
volvió. Henry, Victor y Belch se ocultaron entre las sombras, al lado del sendero.
Pronto Ben y Beverly eran sólo dos camisas entrevistas por entre una maraña de
matojos. Los tres reanudaron la persecución cautelosamente. Henry volvió a sacar
la navaja y