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Los labios muertos de Belch se estiraron en una sonrisa abriéndose en pliegues
                grises, desangrados. Tendió una mano retorcida hacia la portezuela abierta a
                modo de invitación.
                   Henry vaciló por un instante. Luego cruzó por delante del Fury dándose tiempo
                para tocar el emblema en forma de V, tal como hacía siempre cuando el padre lo
                llevaba a Bangor, al salón de ventas. Cuando llegó al otro lado, una mancha gris lo
                abrumó en una suave ola. Tuvo que sujetarse de la portezuela para no perder el
                equilibrio. Allí permaneció, con la cabeza gacha, aspirando en breves jadeos. Por
                fin el mundo volvió, al menos en parte, y pudo dejarse caer en el asiento. El dolor
                volvió a retorcerle las entrañas; otro poco de sangre le cayó en la mano. Parecía
                gelatina caliente. Echó la cabeza hacia atrás y apretó los dientes haciendo
                sobresalir los tendones de su cuello. El dolor empezó a ceder.
                   La puerta se cerró sola. La luz interior se apagó. Henry vio que una de las
                manos putrefactas de Belch accionaba la palanca de cambios poniendo el coche
                en movimiento. Los nudillos blancos brillaban a través de la carne podrida de sus
                dedos.
                   El Fury bajó por Kansas hacia Up-Mile Hill.
                   --¿Cómo estás, Belch? -se oyó decir Henry.
                   Era una estupidez, por supuesto. Belch no podía estar allí, los muertos no
                conducen coches. Pero no se le ocurrió otra cosa.
                   Belch no respondió. Su ojo único, hundido, estaba fijo en la carretera. Sus
                dientes relumbraban enfermizamente por el agujero de la mejilla. Henry notó que
                Belch olía bastante mal. En verdad, olía como un canasto de tomates blandos y
                acuosos.
                   De pronto se abrió la guantera golpeando a Henry en las rodillas. A la luz del
                interior vio una botella Texas Driver medio llena. La sacó y bebió un buen trago. La
                bebida descendió como seda fresca y azotó su estómago como un estallido de
                lava. Henry se estremeció, gimiendo... pero luego se sintió un poco mejor, algo
                más conectado con el mundo.
                   --Gracias.
                   Belch giró la cabeza hacia él. Sus tendones hacían ruido, como las puertas al
                girar sobre goznes herrumbrados. Lo miró por un momento, con su ojo único y
                muerto. Sólo entonces notó Henry que le faltaba casi toda la nariz. Al parecer, algo
                se había ensañado con él. Un perro, tal vez. Quizá ratas. Los túneles por donde
                habían perseguido a los niñatos, aquel día estaban llenos de ratas.
                   Con la misma lentitud, la cabeza de Belch volvió a enfocar la carretera. Henry se
                alegró de eso. Belch lo había mirado de una manera que no llegaba a entender.
                Había algo en ese ojo hundido: reproche, enfado, ¿qué?
                   "Hay un chico muerto al volante de este coche."
                   Henry se miró el brazo y vio que tenía carne de gallina. Tomó apresuradamente
                otro trago de la botella, que cayó con más suavidad y esparció su calor con más
                amplitud.
                   El Plymouth bajó por Up-Mile Hill y giró en la rotonda, en sentido inverso a las
                manecillas del reloj... sólo que a esa hora de la noche no había tráfico y todos los
                semáforos parpadeaban en amarillo salpicando las calles vacías y los edificios con
                incesantes pulsaciones luminosas. El silencio era tal, que Henry oyó el chasquido
                de los relés dentro de cada semáforo. ¿O era pura imaginación?
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