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Se apoyó contra la pared posterior, con los ojos entrecerrados. El zumbido del
ascensor lo tranquilizaba. Como el zumbido de la maquinaria en las estaciones de
bombeo. Ese día no dejaba de acudirle a la memoria. Todo parecía casi
predeterminado, como si todos ellos se limitaran a representar sus papeles. Vic y
el viejo Belch habían actuado... bueno, casi como si estuviesen drogados.
Recordó...
El ascensor se detuvo con una sacudida que provocó nuevas oleadas de dolor
en su estómago. Las puertas se abrieron. Henry salió al pasillo silencioso. Allí
había más plantas, plantas colgantes, de frondas largas. No quiso tocar ninguna
de esas hojas verdes, chorreantes: le recordaban demasiado a las cosas que
había visto colgar allá abajo, en la oscuridad. Volvió a mirar el papel. Kaspbrak
estaba en el 609. Henry echó a andar en esa dirección deslizando una mano por
la pared para apoyarse con lo que fue dejando un rastro de sangre en el
empapelado (ah, pero se apartaba cada vez que llegaba a una de esas plantas; no
quería contacto alguno con ésas). Su respiración era ronca y seca.
Allí estaba. Henry sacó la navaja de su bolsillo, se humedeció los labios con la
lengua y llamó a la puerta. Nada. Volvió a llamar, con más fuerza.
--¿Quién es?
Soñoliento. Mejor. Estaría en pijama, despierto sólo a medias. Y cuando abriera
la puerta, Henry le clavaría la navaja en la base del cuello, en ese hueco
vulnerable que hay debajo de la nuez de Adán.
--El botones, señor -dijo Henry-. Traigo un mensaje de su mujer.
¿Estaría casado ese Kaspbrak? A lo mejor había dicho una estupidez. Esperó
fríamente alerta. Por fin oyó pasos, un arrastrar de zapatillas.
--¿De Myra?
Parecía alarmado. Mejor. Más alarmado estaría dentro de unos segundos.
--Creo que sí, señor. No tiene ningún nombre. Sólo dice que es su esposa.
Hubo una pausa; luego un repiqueteo metálico, mientras Kaspbrak quitaba la
cadena. Sonriente, Henry pulsó el botón de la navaja. "Clic". La puso contra su
mejilla, listo para actuar. Oyó que giraba el cerrojo. Un momento después hundiría
la hoja en la garganta de ese pequeño imbécil. Esperó. Al abrirse la puerta, Eddie
10. Los Perdedores en grupo, 13.30.
vio que Stan y Richie salía, del mercado de la avenida Costello, cada uno de
ellos con un helado.
--¡Eh! -gritó-. ¡Eh, esperadme!
Se volvieron. Stan lo saludó con la mano. Eddie corrió para reunirse con ellos
tan rápido como pudo. En verdad, no podía mucho porque tenía un brazo
enyesado y el tablero de parchís bajo el otro.
--¿Qué tal, Eddie? ¿Qué haces, chaval? -preguntó Richie, con su grandiosa voz
de caballero sureño-. Vaya, vaya... ¡El chaval tiene un brazo fracturado! Fíjate en
esto, Stan: el chaval tiene un brazo fracturado. Vaya. Haz un acto de humanidad y
llévale ese tablero de parchís, pobre chaval.
--No me molesta, puedo llevarlo -dijo Eddie, algo sofocado-. ¿Me das un poco de
tu helado?