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--T-t-tranquila -dijo Bill, haciéndose cargo de todo inmediatamente, como de
                costumbre, sin esfuerzo y casi sin darse cuenta.
                   Echó un vistazo a Ben, que llegaba a toda carrera con las mejillas encendidas y
                el voluminoso pecho muy agitado.
                   --Ella dice que Henry se ha vuelto loco, Gran Bill -dijo Ben.
                   --Caray, ¿eso quiere decir que antes era cuerdo? -preguntó Richie y escupió por
                entre los dientes.
                   --Cá-cá-cállate, Ri-Richie -dijo Bill. Volvió a fijar su atención en Beverly-. Cu-
                cuenta.
                   Eddie deslizó la mano en el bolsillo y tocó el inhalador. No sabía qué ocurría,
                pero estaba seguro de que no era nada bueno.
                   Beverly, obligándose a hablar con toda la calma posible, logró contar una
                versión corregida de la historia; esa versión empezaba con Henry, Victor y Belch
                alcanzándola en la calle, omitiendo lo de su padre, pues la avergonzaba
                demasiado.
                   Cuando terminó, Bill guardó silencio por un momento, con las manos en los
                bolsillos y el manillar de "Silver" apoyado contra el pecho. Los otros esperaban,
                echando frecuentes miradas a la barandilla que cerraba el borde del terraplén. Bill
                pensó por largo rato sin que nadie lo interrumpiera. De pronto, sin esfuerzo
                alguno, Eddie se dio cuenta de que ése podría ser el último acto. Eso era lo que
                hacía sentir el silencio del día, ¿no? La impresión de que toda la ciudad se había
                marchado dejando sólo las cáscaras de los edificios vacíos.
                   Richie estaba pensando en la foto del álbum de Georgia que de pronto había
                cobrado vida.
                   Beverly pensaba en su padre, en su mirada vacía.
                   Mike pensaba en el pájaro.
                   Ben pensaba en la momia y en un olor a canela muerta.
                   Stan Uris pensaba en vaqueros negros y chorreantes, en manos blancas como
                papel arrugado, también chorreantes.
                   --Va-va-vamos -dijo Bill, por fin-. Bajemos.
                   --Bill... -dijo Ben con preocupación-. Beverly dijo que Henry estaba realmente
                loco. Que tenía intención de matar...
                   --N-no son d-d-de e-ellos -dijo Bill, señalando Los Barrens, a la derecha y por
                debajo de ellos: las malezas, los bosquecitos, los cañaverales y el destello del
                agua-. N-no es proppropiedad de e-e-ellos. -Miró a sus compañeros, ceñudo-. E-
                estoy cansado de q-q-que me as-asusten. En la pelea a pedradas los derrotamos
                y si hay que derrotarlos o-o-otra vez, l-l-lo haremos.
                   --Pero, Bill -dijo Eddie-, ¿y si no se trata sólo de ellos?
                   Bill se volvió hacia él y el chico quedó impresionado al verlo tan cansado y
                ojeroso. En la cara de Bill había algo que lo asustaba, pero sólo mucho después,
                en su edad adulta, cuando se deslizaba hacia el sueño tras la reunión en la
                biblioteca, comprendió qué era ese algo: era la cara de un niño llevado al borde de
                la locura, la cara de un niño que no estaba, en último término, más cuerdo ni más
                al mando de sus propias decisiones que el propio Henry. Sin embargo, el Bill
                esencial estaba aún allí, mirando con sus ojos perseguidos, asustados: un Bill
                enfadado y decidido.
                   --¿Y? -dijo-, ¿Y q-q-qué, si n-n-no?
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