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"Pero poderosas -agregó su mente-, casi mágicas." ¿O eso también era
                blasfemia? Pensó en lo que había visto en Neibolt Street; por primera vez notaba
                un descabellado paralelo: después de todo, el hombre-lobo había salido del
                inodoro.
                   --Caray, parece que todo el mundo duerme -dijo Richie, arrojando el palito del
                helado a la alcantarilla-. ¿Alguna vez habéis visto tanta quietud? Se diría que todo
                el mundo fue a pasar el día a la playa.
                   --¡Eh, ch-ch-chicos! -gritó Bill Denbrough, desde atrás-. ¡E-e-esperen!
                   Eddie giró en redondo, encantado, como siempre, de oír la voz del Gran Bill. El
                chico venía pedaleando sobre "Silver", por la esquina de la avenida Costello,
                ganando distancia con respecto a Mike, aunque la Shwinn de Mike era casi nueva.
                   --¡Hai-oh "Silver"! ¡"Arrreeee! -chilló Bill.
                   Y llegó hasta ellos a casi treinta kilómetros por hora entre el rugido de los naipes
                sujetos al guardabarro trasero. Pedaleó hacia atrás, aplicó los frenos y se deslizó
                admirablemente hacia el lado.
                   --¡Bill "Tartaja"! -dijo Richie-. ¿Cómo estás, chaval? Vaya, vaya. ¿Cómo estás,
                chaval?
                   --M-m-muy bien. ¿Hab-béis v-visto a Ben o a Be-Beverly?
                   Mike se reunió con ellos, con la cara cubierta de sudor.
                   --¿Me puedes decir qué velocidad alcanza -esa bicicleta?
                   Bill se echó a reír.
                   --N-n-no lo sé. Es rá-rápida.
                   --No los he visto -respondió Richie-. Probablemente están allá abajo, cantando a
                dos voces. "Shi-bum, chi-bum... iá-da-da-da-da-da-da..."
                   Stan Uris fingió vomitar.
                   --Es pura envidia -dijo Richie a Mike-, porque los judíos no saben cantar.
                   --B-b-b-b...
                   --Bip-bip, Richie -le ayudó Richie.
                   Y todos rieron.
                   Echaron a andar hacia Los Barrens; Mike y Bill llevaban sus bicicletas. Al
                principio la conversación fue animada, pero luego decayó. Eddie, mirando a Bill, le
                notó una expresión intranquila; se le ocurrió que también a él le estaba afectando
                tanto silencio. Richie lo había dicho en broma, pero en verdad parecía que todo
                Derry había ido a pasar el día a la playa, a cualquier parte. no circulaba ningún
                coche por la calle; no había ninguna anciana que llevara su carrito de la compra.
                   --De veras que todo está demasiado tranquilo, ¿no? -se arriesgó a decir.
                   Bill asintió con un gesto.
                   Cruzaron Kansas hacia el lado de Los Barrens. Entonces vieron a Ben y a
                Beverly que corrían hacia ellos, gritando. Eddie dio un respingo: Beverly,
                habitualmente tan pulcra y limpia, siempre con el pelo lavado y recogido en una
                coleta, estaba llena de manchas que parecían toda la suciedad del universo, con
                los ojos dilatados y enloquecidos, un arañazo en una mejilla, los vaqueros
                perdidos y la blusa en jirones.
                   Ben venía tras ella, bufando, con el vientre bamboleante.
                   --No se puede ir a Los Barrens -jadeó Beverly-. Los chicos... Henry... Victor...
                están por allá abajo... la navaja... tiene una navaja.
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