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Nadie le respondió. Sonó un trueno cercano. Eddie miró el cielo y vio
aproximarse nubes de tormenta por el oeste. Iba a llover "hierros de punta", como
decía a veces su madre.
--A-a-ahora os di-d-diré qué v-vvamos a hac-c-c-cer -manifestó Bill, mirándolos a
todos-. Ninguno est-t-tá ob-obligado a ac-c-compañarme, si no q-q-quiere. C-c-
cada uno d-d-decide.
--Yo te acompaño, Gran Bill -dijo Richie, en voz baja.
--Yo también -dijo Ben.
--Por supuesto -dijo Mike, encogiéndose de hombros.
Beverly y Stan estuvieron de acuerdo. Eddie fue el último.
--Me parece que tú no irás Eddie -dijo Richie-. Tu brazo no parece estar... muy
bien.
Eddie miró a Bill.
--Q-q-quiero que v-v-venga -decidió Bill-. C-c-caminarás co-conmigo, EEddie. Yo
t-t-te cuidaré.
--Gracias, Bill -repuso Eddie. Aquélla cara cansada, medio enloquecida, de
pronto le parecía adorable; adorable y muy amada. Experimentó un vago
asombro. "Creo que moriría por él, si me lo pidiera. ¿Qué clase de poder es ése?
Si sirve para que tengas una cara como la de Bill ahora, a lo mejor no es tan
bonito tener ese poder."
--Sí, porque Bill tiene el arma decisiva -apuntó Richie-. La bomba odorífera.
Levantó el brazo izquierdo y sacudió la otra mano bajo el sobaco descubierto.
Ben y Mike rieron, Eddie sonrió.
Resonó otra vez el trueno, tan cerca que todos dieron un salto y se
amontonaron. Se estaba alzando viento que sacudía la basura del arroyo de la
acera. La primera nube oscura navegó por delante del disco difuso del sol y las
sombras de los chicos se derritieron. Era un viento frío que heló el sudor en el
brazo sano de Eddie, que se estremeció.
Bill miró a Stan y dijo algo peculiar:
--¿Has tr-raído tu li-libro de p-pájaros, Stan?
El chico se dio una palmadita en el bolsillo trasero Bill volvió a mirar al grupo.
--Ba-bajemos -ordenó.
Descendieron por el terraplén en fila india, salvo Bill, que lo hizo junto a Eddie,
como había prometido. Dejó que Richie llevara a "Silver", empujándola; cuando
llegaron al fondo dejó la bicicleta en su lugar acostumbrado, bajo el puente. Luego
formaron un grupo cerrado y avanzaron mirando alrededor.
La tormenta que se aproximaba no causó oscuridad, ni siquiera penumbra. Pero
la cualidad de la luz había cambiado; las cosas se destacaban en una especie de
relieve acerado, como en los sueños: sin sombras, claramente cinceladas. Eddie
sintió horror y aprensión al comprender por qué ese tipo de luz le parecía familiar:
era la misma que recordaba haber visto en la casa de Neibolt Street.
Un relámpago tatuó las nubes, tan fuerte que los hizo cerrar los ojos, frunciendo
el rostro. Eddie se cubrió la cara con una mano y contó: "Uno... dos... tres..." Y
entonces se oyó el trueno, como la explosión de un M-80. Todos apretaron más el
grupo.
--Esta mañana no se pronosticaba lluvia -dijo Ben, intranquilo-. El diario
anunciaba caluroso y seminublado.