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los gritos de Henry, ordenándole volver y pelear, parecían mezclarse con el ruido
del Kenduskeag al que se acercaban. Cada vez que aminoraba la marcha, Bill le
daba una palmada en la espalda para obligarlo a darse prisa.
"¿Y si no la encuentro? ¿Y si no puedo hallar esa estación de bombeo en
especial?"
El aliento le desgarraba los pulmones. Una punzada se le estaba hundiendo en
el costado. Sus nalgas le escocían allí donde la piedra había golpeado. Beverly
había dicho que Henry y sus amigos querían matarlos, y ahora Ben le creía, sí, sin
duda.
Llegaron a la orilla del Kenduskeag tan repentinamente que él estuvo a punto de
caer por el borde. Logró no perder el equilibrio, pero el terraplén, socavado por la
inundación de primavera, se derrumbó y lo hizo rodar hasta el borde de la
corriente. La camisa se le enroscó hasta el cuello y el lodo se le pegó a la piel.
Bill cayó sobre él y lo levantó de un tirón. Los otros lo siguieron, asomando entre
los arbustos que cubrían el terraplén. Richie y Eddie fueron los últimos. Richie
sostenía al enyesado por la cintura; las gafas se sostenían precariamente en la
punta de la nariz.
--¿Ad-ad-adónde? -gritó Bill.
Ben miró a izquierda y derecha, consciente de la premura. El río ya parecía más
crecido y el cielo, oscurecido por la lluvia, le había dado un peligroso gris pizarra.
Sus orillas estaban sofocadas por la maleza y por árboles achaparrados, que
bailaban al compás del viento. Oyó a Eddie sollozar, tratando de respirar.
--¿Ad-ad-adónde?
--No lo s... -comenzó.
Y entonces vio el árbol inclinado y el hueco abierto abajo por la erosión. Allí se
había escondido aquella primera vez. Después de dormitar sin darse cuenta,
había oído las, voces de Bill y Eddie. Y después habían llegado los gamberros.
"Vamos, chicos, era un diquecito de mierda."
--¡Por allí! -gritó.
Se encendió otro rayo y entonces Ben pudo oírlo: era un zumbido, como el de un
transformador sobrecargado. Cayó encima del árbol. Unos fuegos blanquiazulados
chisporrotearon en la base retorcida reduciéndola a astillas y palillos de dientes
para gigantes. El árbol cayó hacia el río con un estruendo ensordecedor
levantando una alta llovizna. Ben aspiró bruscamente, horrorizado, oliendo algo
caliente y demencial. Una centella subió por el tronco del árbol caído, pareció
cobrar más brillo y se apagó. Estalló un trueno, no ya sobre ellos sino alrededor,
como si se encontraran en el centro mismo de la tormenta. La lluvia diluviaba.
Bill lo golpeó en la espalda para sacarlo de esa deslumbrada contemplación de
las cosas.
--¡Va-va-vamos!
Ben obedeció chapoteando a lo largo del río con el pelo en los ojos. Llegó al
árbol (el hueco entre las raíces había sido aniquilado) y trepó por él clavando los
pies en la corteza húmeda, que le despellejó manos y brazos.
Bill y Richie auparon a Eddie a viva fuerza. Ben lo sujetó cuando caía al otro
lado. Los dos rodaron por el suelo y Eddie dio un grito.
--¿Estás bien? -preguntó Ben.
--Creo que sí.